FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -C-
«TÚ ERES MI HIJO, EL AMADO, EL PREDILECTO»
CITAS BÍBLICAS: Is 42, 1-4.6-7 * Hch 10, 34-38 * Lc 3, 15-16.21-22
En este domingo después de la Epifanía celebramos la Fiesta del Bautismo del Señor, dando fin de este modo al tiempo de Navidad e iniciando el tiempo ordinario.
El acontecimiento que nos ofrece hoy la liturgia supone para el Señor Jesús, el fin de su vida oculta, el inicio de su vida pública, y a la vez el comienzo de su misión.
El Señor ha venido a asumir una hora. Ha venido a destruir en su cuerpo al pecado y a la muerte y a darnos en su Resurrección nueva vida. Todo este proceso se ha iniciado el día de nuestro Bautismo. En ese día, por obra del Espíritu Santo y de igual manera que sucedió en María, anidó en nuestro interior un embrión. Un nuevo ser empezó a desarrollarse dentro de nosotros, para dar lugar a una criatura nueva, a un nuevo hijo de Dios.
Para que esa nueva criatura alcanzara la edad adulta, hemos tenido que pasar por todos los estadios que pasó en su vida el Señor Jesús. Él, nació en Belén y fue creciendo bajo el cuidado de José y María. Vivió con ellos su infancia, su pubertad, su adolescencia, hasta llegar a la juventud y finalmente a la edad adulta. Todo ese largo espacio de tiempo fue para el Señor, como el catecumenado que le preparaba a llevar adelante la misión para la que el Padre le había enviado. Es el mismo proceso que seguimos nosotros recibiendo el cuidado de nuestra madre la Iglesia.
También en nosotros, y desde nuestro Bautismo, el espíritu Santo viene trabajando en nuestra vida a través de su Iglesia. Hemos sido llamados a una misión que es primordial para que la salvación que Dios-Padre ha diseñado mediante la persona del Señor Jesús, alcance a todo el mundo.
Quisiera, ahora, dejar una pregunta en el aire. ¿Somos conscientes de la misión para la que el Señor nos ha elegido? Quizá, no demasiado. Escuchemos lo que el Señor nos dice a través del profeta Isaías: «Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de las mazmorras a los que habitan en las tinieblas».
Ciertamente, estas palabras las pronunció Isaías refiriéndose al Señor Jesús. Sin embargo, hoy, somos tú y yo, los que en medio de aquellos que nos rodean, encarnamos la figura del Señor. Somos, como dice san Pablo, otros cristos. Por eso, las palabras que el Padre ha pronunciado sobre el Señor después de ser bautizado, han resonado aquí para ti y para mí. Ha sido Dios-Padre el que nos ha mirado complacido y ha pronunciado sobre cada uno de nosotros las palabras: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».
Hay alguien interesado en sembrar en tu corazón la duda para que no te apliques estas palabras. Lo quiere conseguir poniendo delante de ti tus pecados, tus deficiencias, tu pobreza. ¿Cómo es posible que el Señor diga esto de ti? Yo te digo, no entres en diálogo con el maligno. No permitas que te arrebate lo que la Sangre del Señor Jesús ganó para ti. No dudes del amor de Dios, dirige tu mirada hacia Él, y no te mires a ti mismo.
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