DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«VENDE LO QUE TIENES, DALE EL DINERO A LOS POBRES Y LUEGO SÍGUEME»
CITAS BÍBLICAS: Sb 7, 7-11 * Hb 4, 12-13 * Mc 10, 17-30
En el evangelio de hoy encontramos a uno, al que siempre se ha considerado como a un joven, que corriendo se acerca a Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» El Señor le responde enumerando los mandamientos con excepción del primero.
El joven responde al Señor: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Aquí el evangelista nos muestra los sentimientos de Jesús hacia aquella persona diciendo que, mirándolo con cariño, le dice: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo. Luego, sígueme».
San Marcos nos dice que, ante estas palabras, el joven frunce el ceño y se marcha apesadumbrado, porque es muy rico. El Señor Jesús mirando a sus discípulos les dice: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!». Esta frase les produce una gran extrañeza porque, para los israelitas, la abundancia de bienes era signo de la bendición de Dios. Sin embargo, el Señor sigue diciendo: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el agujero de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios».
Este evangelio viene hoy en nuestra ayuda para que seamos conscientes de nuestra verdadera relación con el dinero y las riquezas. De pequeños aprendimos en el Catecismo que la respuesta a ¿cuál es el primer mandamiento de la Ley de Dios? era: “El primer mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Por eso hoy, el Señor Jesús ha enumerado los mandamientos, sin hacer referencia al primero. Quería hacerle ver al joven y también nos lo hace ver a nosotros, que de nada sirve el cumplimiento de todos los mandamientos, si no se pone a Dios como lo primero en la vida. Recordemos otro pasaje del evangelio en el que el Señor afirma tajantemente: «No se puede servir a Dios y al dinero».
Los discípulos, que piensan que las riquezas son signo de la bendición de Dios, extrañados, preguntan: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» A lo que el Señor responde: «Es imposible para los hombres, pero no para Dios. Dios lo puede todo». Pedro, que está siempre ojo avizor, le dice a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Esta frase equivale a decirle al Señor: ¿cuáles serán nuestras ganancias? Jesús responde: «Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más, … y en la edad futura vida eterna».
Para terminar, queremos aclarar que en la mente del Señor no está la idea de que todos nos convirtamos en pobres y mendigos. Lo que sí que tenemos que tener en cuenta, es que los bienes que recibimos del Señor nunca han de ocupar el primer lugar de nuestro corazón. Somos sólo administradores, hemos de disfrutarlos y a la vez compartirlos con nuestros hermanos más necesitados. Ellos serán los que nos abran las puertas del Cielo, cuando al final de nuestra vida nos presentemos ante el Señor. Recordemos las palabras de Jesús: «Todo lo que hicisteis a uno de esos pequeños, a mí me lo hicisteis».
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