DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«YO SOY EL PAN DE VIDA»
CITAS BÍBLICAS: Ex 16,2-4.12-15 * Ef 4,17.20-24 * Jn 6,24-35
El evangelio de este domingo es la continuación del que nos narraba la multiplicación de los panes y los peces llevada a cabo por el Señor Jesús. Con cinco panes y un par de peces, había dado de comer a cinco mil hombres, y también a todas las mujeres y niños que le seguían. Después de realizar este milagro, el evangelista nos decía que, para evitar que quisieran llevárselo para proclamarlo rey, el Señor se había retirado al monte.
Hoy, nos lo encontramos en Cafarnaúm en donde la gente, extrañada, le pregunta: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». La respuesta del Señor es tajante: «Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna».
Llegados a este punto podemos detenernos un instante. Tú y yo decimos que somos discípulos del Señor. Como aquellos de su tiempo también nosotros vamos siguiendo sus huellas. Sería por eso importante que nos detuviéramos un momento para hacernos la siguiente pregunta: ¿Por qué sigo yo al Señor? ¿Qué beneficio pretendo obtener con este seguimiento? Estas preguntas pueden parecernos obvias, sin embargo, en la respuesta que demos está la clave de nuestra felicidad y el sentido último de nuestra vida.
Al Señor se le puede seguir por inercia, por temor, o por haber descubierto que caminar con Él es la mejor forma para vivir esta vida. Le siguen por inercia aquellos que están en la Iglesia por costumbre, porque lo recibieron de sus padres y nunca se han planteado cambiar en este aspecto. Son católicos, van a misa y comulgan, pero solo confiesan en raras ocasiones. Por lo general sus creencias influyen poco en su manera de actuar en la vida.
Los que le siguen por temor están obsesionados por su salvación. Temen condenarse. Han recibido una formación muy estricta, que les oprime a modo de corsé. No han descubierto en Dios al Padre que ama y perdona sin medida. En su vida de fe no aparece la alegría. Suelen ser exigentes consigo mismo y con los demás. Muchos acaban abandonando la Iglesia y poniéndose en contra de ella.
Finalmente están los que, reconociendo su pequeñez, su condición de pecadores, su impotencia para obrar el bien, han descubierto en Dios al Padre que los ama sin condiciones. Al Padre que nunca exige, que es paciente, que respeta su libertad y que no pide explicaciones cuando después de haber obrado mal, vuelven su rostro hacia Él. Han conocido a Dios por medio de Jesucristo y comprueban que con Él la vida tiene razón de ser y que merece vivirse.
Siguiendo con el evangelio vemos que el Señor ha dicho a los judíos: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre». ¿Cuál es ese alimento, podemos preguntarnos? Los hebreos comieron en el desierto el maná: «Pan del cielo les dio a comer» dice la Escritura, pero a ¿qué pan se refiere ahora el Señor? Él mismo nos lo aclara: «Es el pan de Dios que baja del cielo y da la vida al mundo. Ante esta respuesta los judíos le dicen: «Señor, danos siempre de ese pan». A lo que el Señor responde: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.
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