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SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO -B-

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO -B-

«TOMAD Y COMED, ESTO ES MI CUERPO»

 

CITAS BÍBLICAS:  Ex 24,3-8 * Heb 9,11-15 * Mc 14,12-16.22-26

En la noche del Jueves Santo, el Señor Jesús, cerca ya de consumar su vida entregándola por todos los hombres, por todos nosotros, pecadores, no queriendo dejarnos huérfanos, se quedó para siempre bajo las especies de pan y vino.

            Deseando celebrar como es debido esta entrega total del Maestro, y no pudiendo hacerlo el Jueves Santo debido a la proximidad de su Pasión, la Iglesia celebra en este domingo la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

            No sé hasta qué punto somos conscientes de lo que supone el hecho de que todo un Dios, aquel que creó cielos y tierra, aquel que nos dio la vida modelándonos con sus manos y haciéndonos a su imagen y semejanza, aquel que murió exangüe en la Cruz para rescatarnos del poder del pecado y que, resucitando, nos dio una vida eterna, decidiera permanecer entre nosotros hasta la consumación de los siglos sirviéndonos de alimento.

            El Señor Jesús, conociendo nuestra debilidad, nuestra impotencia para obrar el bien, quiso, no sólo estar entre nosotros resucitado, sino que quiso quedarse físicamente, para ser en nuestra fragilidad fortaleza, y hacer fecunda nuestra esterilidad en obras buenas.

            Cada vez que, sobre la mesa del altar, el presbítero, en la persona de Cristo, convierte por las palabras de la consagración el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, tiene lugar el milagro más grande del universo. Un milagro que no tiene parangón. Un milagro mucho mayor que la propia creación del mundo. Somos testigos de un acontecimiento que asombra a los propios ángeles. Somos más afortunados que ellos, porque no sólo somos testigos de ese milagro, sino que tenemos acceso a ese alimento espiritual, cosa que no está a su alcance.

            El Señor nos ha elegido para reproducir en el mundo su imagen siendo “otros cristos”, a fin de que hagamos actual su salvación en cada generación. Por eso, ha querido que su Cuerpo y su Sangre nos sirvan de alimento, pero no un alimento corriente. San Agustín dice que los alimentos corrientes se transforman en nosotros mismos, haciendo que nuestros miembros crezcan y se desarrollen. Por el contrario, el alimento eucarístico hace que seamos nosotros los que nos transformemos en Cristo.

            Este don rompe por completo todos nuestros esquemas. Participamos gratuitamente de un banquete del que ni a los propios ángeles les es dado participar. Es la locura de un Dios que, después de su Pascua, ya no sabía cómo demostrarnos de una manera más patente, hasta donde llegaba su amor.


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