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SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

«ENVÍA, SEÑOR, TU ESPÍRITU Y RENUEVA LA FAZ DE LA TIERRA»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 2,1-11 * 1Co 12,3b-7.12-13 * Jn 20,19-23

El Tiempo Pascual culmina con la Solemnidad de Pentecostés. El Señor Jesús antes de su Ascensión a los cielos prometió a sus discípulos el envío del Consolador, el envío del Espíritu Santo. Era Él el que debía dar plenitud a su obra redentora.

El Señor Jesús dio cumplimiento a la voluntad del Padre, que deseaba restaurar la obra creadora realizada en el hombre, y que había sido destruida por el pecado. La muerte no entraba en el plan inicial de la creación, pero hizo su aparición en el momento en que el hombre, por el pecado, dio la espalda a la Vida. Se hizo necesario para vencerla, que alguien, con poder, penetrara en ella a fin de destruirla.

Ésta fue la misión principal que el Señor Jesús llevó a cabo con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección. Dio a conocer, además, el amor y la misericordia de un Padre, que nunca dejó de amar intensamente a su criatura. Para dar continuidad a su misión redentora y actualizarla en cada generación, el Señor dejó en medio del mundo a su Iglesia, como cuerpo que hiciera visible su amor, dando conocimiento de salvación a todas las gentes. Él, como cabeza, está en el cielo, y son sus miembros, sus discípulos, los que en este mundo lo hacen presente en cada generación.

Con su Ascensión al cielo, quedó completada la obra redentora del Señor y cumplido el encargo recibido del Padre. Es ahora el Espíritu Santo, el protagonista que tiene como misión llevar adelante la salvación del hombre en el mundo hasta la consumación de los tiempos. No significa esto que queramos desplazar la figura del Señor Jesús, que, como Él mismo afirmó, está entre nosotros hasta el fin del mundo, lo que sí que queremos señalar es que, absolutamente todo, lo que ocurre en la Iglesia tiene como autor al Espíritu Santo. Sin su acción no se llevaría a cabo ni la consagración del pan y del vino, ni tampoco se daría el perdón de los pecados.

Queremos señalar una circunstancia que nos duele. La figura y la obra del Señor Jesús es algo tan gigantesco, que a través de la historia e incluso dentro de la Iglesia, ha eclipsado en cierto modo la figura del Espíritu Santo, hasta el extremo de que, al hablar de Él, se le llamase el Gran Desconocido.

No podemos resistirnos a reproducir unas frases de san Cirilo de Jerusalén hablando del Espíritu Santo: «Es un auténtico protector que viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma primero, de quien le recibe; luego mediante éste, las de los demás».

El Señor, en el Evangelio, nos ha mostrado el camino, pero para nosotros es imposible seguirlo si no es con la ayuda del Espíritu Santo. La obra redentora del Señor Jesús sería vana si no fuera por la acción del Espíritu Santo que la actualiza y la aplica a cada uno de nosotros. Él es el que, como dice san Pablo a los Filipenses, mueve en nosotros el querer y el obrar. Él, nos impulsa a desear obrar el bien, y a la vez nos da fuerza para realizarlo.

Que esta meditación sobre el Espíritu Santo nos mueva a colocarlo en nuestra vida en un lugar preeminente. Que sea Él el que dirija todas nuestras acciones y que esté siempre a nuestro lado, para darnos fortaleza en nuestras luchas, consuelo en nuestro sufrimiento y, sobre todo, que por su acción se santifiquen nuestras vidas.


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