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DOMINGO IV DE PASCUA -B-

DOMINGO IV DE PASCUA  -B-

«YO SOY EL BUEN PASTOR»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 4,8-12 * 1Jn 3,1-2 * Jn 10,11-18

Hoy la Iglesia nos muestra en el evangelio una figura del Señor Jesús muy entrañable. Nos lo muestra como al Buen Pastor. Así era como gustaba presentarse el Señor en muchas ocasiones ante aquellos que lo escuchaban. Sin embargo, lo único que hacía era hacer suya una figura, la del pastor, que ya se aplicaba a Dios en el Antiguo Testamento. Recordemos lo que dice el salmo 80: «Pastor de Israel escucha, tú que guías a José como a un rebaño… despierta tu poder y ven a salvarnos».

Podemos preguntarnos: ¿por qué razón la Escritura atribuye a Dios esta figura y el Señor Jesús la hace suya también en el Evangelio? La respuesta es muy sencilla. El Pueblo de Israel, en sus orígenes, estaba formado por pastores, como Abraham, que llevaban sus rebaños de un lugar a otro buscando los mejores pastos. Por eso, para aquellos a los que se dirige el Señor, la figura del pastor es, pues, muy familiar. Ellos están al corriente del comportamiento del pastor. Saben que conoce a cada una de las ovejas por su nombre, y que conoce también su carácter y sus caprichos. Saben, así mismo, que el amor del pastor por las ovejas, llega al extremo de exponer su vida para defenderlas ante los ataque del lobo o de otras fieras del campo.

En compensación a los cuidados del pastor, es de notar la respuesta que las ovejas dan a todos sus cuidados. Son dóciles, obedientes y atienden a su voz, cosa que no hacen con la voz de un extraño.

Hoy, en el evangelio de san Juan, el señor Jesús se presenta ante los fariseos como el Buen Pastor. Un pastor dispuesto a dar su vida por las ovejas. Un pastor que, a diferencia del pastor asalariado, no abandona al rebaño cuando ve venir al lobo. Un pastor, dice El Señor, que conoce a sus ovejas, y que ellas, a su vez, lo conocen. Un pastor, en fin, que se entrega por completo al rebaño, hasta el punto de llegar a dar su vida por las ovejas.

A nosotros, que nos llamamos discípulos del Señor, nos corresponde ocupar el lugar de las ovejas. Somos las ovejas del rebaño del Señor. Esto significa que somos objeto preferente de sus cuidados. Que para él no somos un número más del rebaño, sino que nos conoce a cada uno por nuestro propio nombre. Él ama al rebaño, pero no lo ama de una manera genérica, sino que ama y cuida de sus ovejas de una manera individual. Por eso, conoce nuestros afanes, nuestros deseos, nuestras ilusiones, y conoce también nuestros sufrimientos, nuestros fracasos, nuestras infidelidades y pecados. Su amor por ti y por mí, cubre todas nuestras deficiencias. A sus ojos somos perfectos.

Nosotros tenemos experiencia de cómo el Señor, cuando nos hemos separado del rebaño, ha venido en nuestra búsqueda, porque conocía los peligros a que estábamos expuestos. No lo ha hecho con malos tratos, sino que, exponiendo su vida, no ha descansado hasta devolvernos al redil.

Él quiere llevarnos a frescos pastos donde podamos alimentarnos y reposar. En nuestros sufrimientos quiere ser el consuelo. En nuestra debilidad quiere ser nuestra fortaleza y quiere ser compañía para nuestra soledad. Quiere defendernos de los lobos rapaces que, disfrazados de ovejas, pretenden que nos apartemos de su lado.

Por nuestra parte, hemos de ser dóciles y caminar a su lado. Si no lo hacemos así y creemos que nos bastamos solos y que no necesitamos su ayuda, caeremos en las garras de nuestro enemigo, que es mucho más inteligente que nosotros. Es necesario, pues, que seamos conscientes de nuestra debilidad, y estar prontos en recurrir a Él, que, sin duda, está pendiente de nosotros y siempre dispuesto a ayudarnos


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