Blogia
Buenasnuevas

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«SEÑOR, ¿CUÁNTAS VECES HE DE PERDONAR A MI HERMANO?»

 

CITAS BÍBLICAS: Eclo 27,30—28, 7 * Rm 14, 7-9 * Mt 18, 21-35

Para reconocer a un cristiano existen dos signos que son inequívocos: el perdón mutuo y el amor al enemigo. Los dos son signo del amor, y son para nosotros imposibles de llevar a la práctica sin la presencia de Dios en la vida, ya que Dios es amor. El amor es entrega, es donación, es renuncia a uno mismo en favor de la persona amada. El verdadero amor siempre está dispuesto a dar sin esperar recompensa alguna.

Hoy el evangelio trata de uno de estos signos: el perdón. Pedro quiere saber hasta donde debe llegar el perdón, y por eso plantea al Señor esta cuestión: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». La respuesta del Señor no deja lugar a ninguna duda: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». El siete es un número que en la Biblia hace referencia a una empresa, a una labor completada, terminada. Lo vemos en los siete días de la creación y en otras muchas circunstancias de la Escritura. Teniendo en cuenta esto, la respuesta del Señor, setenta veces siete, indica que el número de veces que hay que perdonar es infinito.

El Señor Jesús, para aclarar más este tema propone a sus discípulos la parábola del siervo sin entrañas. La deuda que un siervo mantiene con el rey, su señor, es desorbitante, diez mil talentos, unos trescientos mil euros oro. No teniendo con qué pagar, el señor ordena que sea vendido él con su familia y sus bienes. El siervo se arroja a los pies de su señor implorando clemencia. Éste, conmovido, le deja ir perdonándole la deuda.

Al salir, el siervo encuentra a un compañero que le debe cien denarios, medio euro aproximadamente. Le exige pagar la deuda, y al no poder hacerlo manda que lo encierren en la cárcel. El hecho llega a oídos del señor que, irritado, dice al siervo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?» E irritado lo entrega al verdugo hasta que pague el último céntimo. Jesús termina diciendo: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Esta puede ser tu historia y mi historia. Nuestros muchos pecados nos hacen deudores de Dios-Padre. Él, para librarnos de la muerte que acarrea necesariamente el pecado, nos entrega la Sangre de su querido Hijo. No puede darnos un tesoro más grande. Su misericordia se derrama abundantemente sobre nosotros. Y, nosotros, ¿qué hacemos con los hermanos que nos ofenden? Exigimos justicia. Reclamamos nuestros derechos. Somos unos egoístas incapaces de perdonar de corazón.

Lo cierto es que nuestro hombre de la carne nos impide ser generosos con el hermano que nos ha ofendido, y nos hace incapaces de perdonar. Por eso, el Señor Jesús, está dispuesto a entregarnos la fuerza de su Espíritu, si nosotros se la pedimos. Somos miembros de la Iglesia, y, por tanto, estamos llamados a hacer presente el amor de Dios a los hombres. Con nuestro perdón al hermano, haremos presente el perdón que Dios nos ha otorgado primero.

El Señor hoy nos dice: ¿Has experimentado mi amor y el perdón de tus pecados? Ve, y con la fuerza de mi Espíritu, haz tú lo mismo con los que te rodean.


0 comentarios