DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-
«DADLES VOSOTROS DE COMER»
CITAS BÍBLICAS: Is 55, 1-3 * Rm 8, 35.37-39 * Mt 14, 13-21
En el evangelio de hoy vemos que Jesús al tener conocimiento de que Herodes ha ordenado decapitar a Juan el Bautista, afectado por la noticia, se embarca buscando un lugar tranquilo y apartado donde descansar. La gente al saberlo le sigue por tierra, de manera que, al desembarcar, el Señor se encuentra con un gran gentío que le espera.
La reacción del Señor al ver a la gente es, con toda seguridad, muy distinta a la que hubiéramos tenido nosotros. Es fácil que nosotros hubiéramos sentido fastidio al comprobar que ni siquiera podíamos disponer de unos momentos de descanso. Jesús, por el contrario, nos dice san Mateo, «al ver el gentío le dio lástima y curó a los enfermos». Comprendía la necesidad que tenían de escuchar su palabra y el cansancio que sentían por la caminata que habían llevado a cabo. Esa es la mirada del Señor cuando se fija en ti y en mí, cansados del camino y heridos por el pecado. Nunca tiene una mirada de reproche, al contrario, conoce nuestra situación. Sabe que los problemas de la vida a veces nos agobian, y está dispuesto a echarnos una mano. Nos mira con cariño.
Entre tanto, se ha hecho tarde. El día va de caída y el lugar en donde están dista bastante de las aldeas. Los discípulos, preocupados, dicen al Señor: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer». La respuesta del Señor les deja un tanto descolocados: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». «Sólo tenemos cinco panes y dos peces», responden. El Señor les dice: «Traédmelos».
El Señor Jesús hace que la gente se recueste sobre la hierba. Coge los cinco panes y los dos peces, pronuncia la bendición, los parte y los entrega sus discípulos para que los repartan entre la gente. Comieron todos hasta saciarse, dice el evangelio, y con los trozos sobrantes llenaron doce cestos. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
La situación que san Mateo nos narra en este evangelio, se repite hoy entre nosotros casi al pie de la letra. Si nos fijamos en la sociedad actual, en aquellos que nos rodean, comprobaremos que todos se afanan en buscar una vida mejor, en buscar una felicidad que no llega. Es hambre de ser felices lo que la gente siente, aunque, ni el dinero, ni la amistad, ni los afectos, ni el sexo, ni el trabajo o la familia, consigan llenar el corazón. Desconocen que lo único que puede saciarles, lo único que puede hacerles felices dándoles paz en el corazón, es el amor de Dios. Un amor distinto a todos. Un amor que no conoce exigencias. Un amor que perdona sin límite. Un amor dispuesto siempre a dar, aunque no reciba nada.
Tú y yo, discípulos de Jesucristo, elegidos por Él como colaboradores suyos, hemos de mirar con cariño a todos los que, por vivir alejados de Él, no encuentran sentido a su vida, no encuentran nada que sacie de verdad su corazón. El Señor nos llama a hacer llegar a todos el conocimiento de su amor. Hoy, como a los discípulos de entonces, nos dice: «dadles vosotros de comer». Decidles que existe un pan que sacia, un pan capaz de llenar los deseos de felicidad que todos sienten.
Es urgente que lo que nosotros, por gracia de Dios, hemos experimentado en mayor o menor grado, lo hagamos llegar a los demás.
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