DOMINGO II DE ADVIENTO - SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
«ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA»
CITAS BÍBLICAS: Gén 3, 9-15 *Rm 15, 4-9 * Lc 1, 26-38
Hoy la Iglesia Universal celebra el segundo domingo de Adviento. Sin embargo, para España, la Congregación para el Culto Divino, atendiendo la solicitud de la Conferencia Episcopal Española, ha dispensado la observancia de las normas litúrgicas, autorizando la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, que es la Patrona de nuestra Patria, y una devoción de gran raigambre entre los españoles. El evangelio que comentaremos será, pues, el que corresponde a esta advocación de la Virgen.
En el evangelio de san Lucas contemplaremos al arcángel Gabriel que saluda a María llamándola “llena de gracia”, porque, por voluntad de Aquel que todo lo puede, no ha sido contaminada por el pecado ni en un solo instante desde su concepción. No podía ser de otra forma. ¿Cómo imaginar que aquella que había sido elegida desde toda la eternidad como madre del Hijo de Dios, iba a estar ni un solo segundo en poder de su enemigo mortal? La sola idea de que esto fuera posible, repugna a nuestra razón.
María, abandonándose a la voluntad del Señor, accede. El Espíritu Santo la cubre y es por obra de ese Espíritu, por el que, desde aquel mismo instante, empieza a formarse en su seno una criatura nueva que es a la vez Hijo del Altísimo e Hijo de María. La obra de salvación diseñada desde antiguo por Dios, entra así en la recta final.
¿En qué medida nos afecta a ti y a mí este acontecimiento primordial de la historia de salvación? Aunque no lo parezca nos coge de lleno, no solo porque este hecho supone el inicio del cumplimiento de la promesa continuada de Dios de enviarnos un Salvador, sino porque la historia de María es tu historia y es mi historia. María eres tú y María soy yo.
Nosotros, los creyentes, estamos llamados a ver transformada nuestra naturaleza de pecado, en la naturaleza de los hijos de Dios. Esto se lleva a cabo, como le ocurrió a María, en un proceso de gestación. A María fue el esperma del Espíritu el que la fecundó. A nosotros es el esperma de la Palabra, como la llaman los santos padres, la que penetrando en nuestro interior nos fecunda y hace que empiece en nosotros la gestación de un hijo de Dios.
Nosotros hemos escuchado en la predicación de la Iglesia, en el Kerigma, en la palabra de salvación, la gran noticia: “Dios te ama tal y como eres, con tus defectos, tus vicios, tus pecados y tus manías. Él no ha esperado que fueras bueno para amarte, te ama tal y como eres, pecador. Él, para amarte, nunca te ha exigido que cambies de vida. Te ama con locura en tu realidad de pecado. No ama al pecado porque sabe que te hace infeliz, que te hace sufrir, pero a ti, pecador, te ama hasta el extremo de entregar a la muerte a su único Hijo, para liberarte a ti de la muerte, y con su resurrección devolverte a la vida. No contento con esto, lo ha constituido Señor y Kyrios de todo lo que para ti es imposible lograr, y que por no lograrlo te hace infeliz. Unido a Él, ya nada para ti es imposible”.
Las palabras del Kerigma, la Buena Nueva de la salvación, que nos da a conocer la Iglesia, aceptadas por nosotros de la misma manera que hizo María, son en nuestro interior el esperma del Espíritu que hace que, en nuestro cuerpo de pecado, empiece a desarrollarse una nueva criatura, un hijo de Dios. Esta transformación es obra del Bautismo recibido y desarrollado conscientemente. Por medio de él quedan borrados todos nuestros pecados, y nosotros quedamos llenos de gracia y elevados a la categoría de hijos de Dios, siendo por tanto coherederos con Cristo del Reino de los Cielos.
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