DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«CUIDADO QUE NADIE OS ENGAÑE, PORQUE MUCHOS VENDRÁN USANDO MI NOMBRE»
CITAS BÍBLICAS: Mal 3, 19-20ª * 2Tes 3, 7-12 * Lc 21, 5-19
Llegamos al penúltimo domingo del tiempo ordinario. La liturgia nos ha ido mostrando a través de todo el año las distintas etapas de la historia de salvación. Hoy, la Palabra, trae a nuestra consideración el final de los tiempos.
El Señor toma pie para hablar de ese final, al ver la admiración que muestran los discípulos contemplando la belleza del templo. Les dice: «Esto que contempláis, llegará día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Esta afirmación de Jesús halló cumplimiento en el transcurso de la historia, pero tiene para nosotros un significado mucho más profundo porque afecta directamente a la Iglesia la que conocemos. En la destrucción del templo podemos ver el final de la Antigua Alianza, que abre camino a la Nueva Alianza y al nacimiento de la Iglesia de Jesucristo, que ya no está construida con bloques de piedra, sino con piedras vivas como afirma san Pedro.
Al final de los tiempos todo esto que estamos viviendo también será transformado, de manera que esta Iglesia peregrina, esta Iglesia militante en la que nos encontramos, también llegará a su fin, dando paso a la nueva Iglesia, aquella que Juan vio en el Apocalipsis bajar del cielo, cuando decía: «Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo».
El Señor prepara a sus discípulos poniéndoles en guardia ante los acontecimientos que precederán a este final. Van a ser tiempos muy duros porque las fuerzas del mal intentarán jugar sus últimas cartas, para arrebatar al Señor a aquellos que le son fieles. Por eso el Señor advierte: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy” o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos». Y añade: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre».
El Señor mostrará su misericordia dando a los hombres una última oportunidad de conversión. Para ello permitirá que se persiga a sus fieles, a sus discípulos, para que tengan oportunidad de confesar su nombre ante reyes y gobernadores, siendo testigos ante ellos del amor y la misericordia de Dios hacia todos los hombres. Serán perseguidos incluso en su misma familia, llegando algunos a derramar su sangre.
Hasta ahora hemos estado hablando en tercera persona, pero todo lo que anuncia el Señor, lo anuncia también para nosotros. Estamos viviendo un tiempo en el que las fuerzas del mal dominan casi por completo a nuestra sociedad. Se persigue a todo aquel que confiese defender los valores cristianos y, so capa de defender las libertades, se permiten, incluso a niveles judiciales, toda clase de atropellos y burlas soeces contra la Iglesia y los cristianos. Se persigue y mata a aquellos que, en países islámicos, se confiesan fieles a Cristo, etc.
Con todo esto, no pretendemos afirmar que el fin del mundo esté próximo, pero sí es cierto que estamos entrando en los últimos tiempos. La maldad, como anuncia el Apocalipsis, se enseñorea en la sociedad. Cada batalla que gana el mal, no tiene retroceso. La Iglesia necesita testigos que, aún con su propia vida, anuncien al mundo que el mal no prevalecerá, que el amor de Dios y su voluntad de salvación para todos los hombres es irrevocable.
Tú y yo, seguramente, no seremos testigos del fin del mundo, pero el mundo terminará para nosotros cuando menos lo esperemos, por eso es necesario que nos mantengamos vigilantes. No tengamos miedo al rechazo de los demás, y anunciémosles con nuestra vida que Dios los ama y que, también para ellos, ha dispuesto un vida eterna y feliz.
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