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DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

«SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE»

 

CITAS BÍBLICAS: Hab 1, 2-3;2, 2-4 * 2Tim 1, 6-8.13-14*Lc 17, 5-10

Estamos atravesando tiempos difíciles en lo que respecta a la vida de fe. La mayoría de la gente que vive a nuestro alrededor, incluyendo alguno de nuestros familiares, aunque están bautizados viven de espaldas a Dios y a su Iglesia. Hace tiempo que en la sociedad se constata una auténtica crisis de fe.

Entre otros motivos para que se dé esta crisis encontramos dos muy importantes. En primer lugar, los adelantos científicos que están dando respuestas a situaciones a las que antes no se encontraba solución, hacen que desaparezca el sentido de lo sobrenatural. En segundo lugar, la forma de vivir de los que nos llamamos católicos, la mayoría de las veces, no es nada atractiva para los que no creen. Vivimos nuestra fe en un estadio infantil, aunque nos cuesta reconocerlo.

Nuestra vida, quizás, podríamos compararla a de los Apóstoles que hoy se acercan al Señor para decirle: «Auméntanos la fe». Ellos son testigos de cuántas veces el Señor a aquellos que le pedían ayuda les ha dicho: «Tu fe te ha salvado». Necesitan tener también esa fe, como lo necesitamos nosotros. La respuesta del Señor no puede ser más clara: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería». Hasta ese punto estaban ellos, y también nosotros, equivocados y necesitados de la fe.

Ahora nosotros podemos preguntarnos, ¿qué tenemos que hacer para que nuestra fe crezca? La fe es un don, un regalo de Dios, por lo tanto, no puede adquirirse a base de esfuerzo. San Pablo, en su Carta a los Romanos, nos dice que «la fe viene de la predicación, y la predicación, de la Palabra de Cristo». Significa esto que no se obtiene la fe a través de largas oraciones y sacrificios, sino que nuestra fe crecerá si abrimos el oído a la Palabra, y si la escuchamos como salida de los labios del Señor. De ahí la importancia del encargo del Señor cuando envía a los discípulos anunciar a todo el mundo la Buena Noticia diciendo: «el crea se salvará y el que no crea se condenará».

Pongámonos, pues, a la escucha de la Palabra, y pidamos al Señor que nos conceda el don de la fe.

La segunda parte del evangelio viene a ayudarnos especialmente, a aquellos que nos llamamos discípulos del Señor, y que vivimos nuestra fe cercanos a la Parroquia, y que de una forma u otra colaboramos activamente con ella.

Ser discípulo del Señor supone estar dispuesto a, con su ayuda, hacerlo presente en medio de los que nos rodean. Estar dispuestos, también, a no limitarnos exclusivamente a nuestra eucaristía semanal, sino a involucrarnos en las distintas actividades de la Parroquia, en el culto y la liturgia, en las tareas de caridad, en la visita a los enfermos, etc. Resumiendo, a no ser un miembro pasivo de la comunidad parroquial, sino un miembro activo, dispuesto a arrimar el hombro siempre que sea necesario.

Si te ves reflejado en lo que hemos descrito tienes el peligro complacerte en la actividad que desarrollas, y pensar que mereces una recompensa. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. ¿Tienes algo que no hayas recibido gratuitamente? ¿No es el Señor el que cada día te potencia para llevar adelante tu actividad? ¿De qué presumes, entonces?

Atiende a las palabras del Señor y pídele que esa sea tu actitud: «Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer» 


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