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DIOS Y SU PLAN DE SALVACIÓN PARA EL HOMBRE

DIOS Y SU PLAN DE SALVACIÓN PARA EL HOMBRE

Dice san Pablo que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2, 4). Esta voluntad salvífica de Dios la expresamos con frecuencia diciendo que Dios ha preparado para cada hombre una historia de salvación particular. Sin embargo, esta creencia puede llevarnos a sacar una conclusión errónea, al considerar que nuestra salvación solo depende de Dios. Una cosa es la voluntad salvífica de Dios, que es la misma para todas las personas, y otra cosa es cómo esa salvación llega a realizarse en cada una de ellas.

La salvación no solo depende de la voluntad Dios, porque para conseguirla entra en juego otro factor: la libertad particular de cada persona. Significa esto que Dios no puede salvar a una persona con solo desearlo. No es cierto lo que afirmamos con frecuencia al decir que la historia la lleva Dios, ya que todas las cosas no suceden, necesariamente, porque esa sea la voluntad de Dios. Lo vemos cuando el libro de la Sabiduría afirma: "No fue Dios quien hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera." (Sab, 1, 13)

Significa esto que cuando en la historia aparece el mal no es Dios el que lo provoca, sino que tiene su origen en el mal uso que hacemos nosotros de la libertad que de Él hemos recibido. No debemos en modo alguno achacar al buen Dios todas las desgracias y todo aquello que nos hace sufrir. Las desgracias y los sufrimientos tienen su origen, cuando apartándonos de Dios obramos según nuestro libre albedrío.

Es cierto que Dios tiene trazada para cada uno de nosotros una historia, pero no es menos cierto que la realización de esa historia no depende únicamente de Dios. La historia de salvación no es una historia predeterminada y estática diseñada por Dios de antemano para cada persona. Es una historia dinámica que se va construyendo paulatinamente y que tiene como autores a Dios por una parte y al hombre por la otra, ya que éste último, haciendo uso de su libertad tiene capacidad para modificarla. No ocurre lo mismo con la voluntad salvífica de Dios, que es universal e inamovible.

Hay un ejemplo que nos hará ver de una manera práctica, cuál es la actuación de Dios en nuestra historia y cómo Él intenta cada día reconducirla. Dios actúa en nuestra vida, salvando las distancias, como lo hace un navegador en el coche. El navegador tiene una ruta trazada que nos indica con seguridad el mejor camino para alcanzar felizmente la meta del viaje. Una voz va indicándonos cuáles han de ser las maniobras que hemos de llevar a cabo para seguir correctamente la ruta.

Puede suceder que, ya sea porque conocemos un atajo o porque cometemos un error, abandonemos la ruta que señala el navegador. En ese caso, la voz dice: “recalculando”, que significa que va a buscar un camino alternativo para conducirnos de nuevo a la ruta correcta.

Tú y yo somos ese vehículo que circula por la vida. El Señor, a través de su Palabra va marcando el camino idóneo para alcanzar el objetivo de nuestro viaje: la salvación. Ocurre, con demasiada frecuencia, que, siguiendo nuestros impulsos, nos apartamos del camino recto. Cuando esto sucede, el Señor no tiene más remedio que hacer lo mismo que hace el navegador: “recalcular”, o sea, introducir acontecimientos en la vida que nos hagan ver nuestro error, de manera que, siempre con su ayuda, podamos corregirlo. Está en nuestras manos seguir sus indicaciones o continuar empecinados haciendo nuestra voluntad.  

¿Qué queremos demostrar con este ejemplo? Sencillamente que son dos los artífices de nuestra historia: Dios y tú. Es por lo tanto demasiado simple afirmar que la historia únicamente la lleva Dios. La voluntad de Dios está clara: nuestra salvación. Sin embargo, Dios se ha atado las manos y no puede hacer su voluntad, desde el momento que nos ha concedido el don de la libertad. Nos ha hecho libres y nunca violentará esa libertad.

Como es lógico, Dios no se queda conforme cuando nos apartamos de Él y navegamos a nuestro antojo por la vida. Dios nos ha creado con una finalidad muy concreta: que unidos a Él seamos plenamente felices y disfrutemos para siempre de su presencia en una vida eterna. Para conseguir su objetivo, dispone de múltiples recursos y no tiene inconveniente en utilizarlos, siempre respetando nuestra libertad.

Uno de los recursos que emplea Dios para atraernos hacia Él es la seducción. En nuestra vida de fe, Dios ocupa el lugar del Esposo. A nosotros nos corresponde ocupar el lugar de la esposa. De la misma manera que un esposo se deshace en atenciones para lograr atraer a la esposa, y la llena de regalos como muestra del amor que le profesa, así también el Señor está pendiente de nosotros hasta en los últimos detalles, rodeándonos con sus brazos amorosos.

Así lo hizo en otro tiempo con el Pueblo de Israel cuando dice a través del profeta, la llevaré a desierto y allí la seduciré (Os 2, 14). Colocó a su pueblo en un lugar inhóspito en donde era imposible que se diera la vida, y allí estuvo pendiente de él durante cuarenta años, proporcionándole todo lo necesario para la vida. Fue el esposo amante que cuidó de la esposa procurando que nada le faltara.

También a nosotros quiere seducirnos. Para ello nos ha colocado en el desierto de la vida, camina a nuestro lado y nos va mostrando la ruta que conduce a la felicidad. No escatima esfuerzo alguno para mostrarnos el inmenso amor que siente por nosotros. Como un padre corrige con amor a sus hijos, también el Señor aprovecha cada acontecimiento para corregirnos, poniendo de manifiesto nuestros errores, pero sin llegar a violentar nunca nuestra libertad.

Esta manera de actuar del Señor está reservada únicamente para aquellos a los que ha elegido para formar parte de su pueblo, de su Iglesia. Sucede así, porque ha puesto en nuestras manos la misión de hacer llegar la Buena Nueva de la salvación que nos ha otorgado en su Hijo Jesús, al resto de los hombres. Los dones con los que nos adorna son muy superiores a los que concede al resto de seres humanos, pero lo hace, precisamente, porque ama así mismo intensamente a ese resto de personas, por las que también el Señor Jesús ha derramado su Sangre.

A nosotros nos resta estar pendientes del “navegador”, interpretando los acontecimientos que nos suceden a fin de descubrir cuál es la voluntad del Señor en cada momento. Dos son los medios de que disponemos para lograrlo. En primer lugar, tenemos a la Palabra de Dios, que como dice el salmo, es «lámpara para mis pasos y luz en mi sendero» (Salmo 118) En segundo lugar, necesitamos recurrir a la oración a fin de que el Señor nos conceda el don de discernir en cada momento y en cada acontecimiento, cuál es la voluntad de Dios y qué es lo que a Él le agrada. 

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