EL BAUTISMO, HOY
“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”
Celebramos este domingo, último del tiempo de Navidad, la fiesta del Bautismo del Señor. Con este motivo, quisiéramos hacer algunas reflexiones sobre lo que supone para nosotros este sacramento.
El Bautismo es la puerta que nos abre la entrada en la Iglesia, haciéndonos hijos adoptivos de Dios y por tanto hermanos de Jesucristo. El Señor Jesús dice a Nicodemo en el evangelio de san Juan: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”. No debemos confundir la entrada en el Reino de Dios, con la salvación última. La salvación de Cristo es universal, o sea para todos los hombres bautizados y no bautizados, con tal de que acepten libremente esa salvación. No sucede lo mismo con la entrada en el Reino de Dios, que es la Iglesia. Para entrar en la Iglesia, Reino de Dios en esta tierra, es indispensable haber recibido el Bautismo.
El Bautismo debe recibirse conscientemente para que pueda dar frutos en aquel que se bautiza. Significa esto que el Bautismo no hace hijos de Dios de una manera mágica. De ahí que aquellos que son candidatos a recibirlo, deban manifestar con obras de vida eterna que son aptos para recibir el sacramento. San Juan Crisóstomo dice al respecto: “No puedo bautizarte mientras no hagas obras de vida eterna… No te bautizo para que no peques, sino porque ya no pecas”.
Después de lo afirmado podemos preguntarnos ¿qué ocurre entonces en aquellos que reciben el Bautismo siendo niños? Ocurre algo que desgraciadamente, hoy, no se tiene demasiado en cuenta. La fe que entrega la Iglesia al que se bautiza, es sólo un embrión, una semilla de fe, que requiere todo un proceso de crecimiento y maduración. Por eso antes de recibir el sacramento, la Iglesia, pregunta a padres y padrinos si están dispuestos a hacer que ese germen, esa semilla, adecuadamente cultivada llegue a producir frutos de vida eterna. Si esto no ocurre, esa semilla quedará enquistada y no se desarrollará. El sacramento será válido, pero quedará ineficaz. Ahora comprenderemos el comportamiento de muchas personas que son cristianas de nombre, pero que sus obras no corresponden a las de un hijo de Dios.
Vemos, pues, cuál es nuestra responsabilidad si nos consideramos cristianos. Es necesario abrir caminos de crecimiento en la fe, abrir catecumenados, para que la débil fe de la mayoría, crezca hasta alcanzar la estatura de hijos de Dios. Filiación que se hará patente por la realización de obras de vida eterna, manifestadas fundamentalmente por el amor al enemigo y el perdón de corazón hacia el que nos hace daño.
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