EL KERIGMA: LA BUENA NOTICIA
En estos domingos que nos acercan al final del año litúrgico, y también en aquel con el que iniciaremos el nuevo año, o sea en el primer domingo de Adviento, las palabras del Evangelio nos harán presente el final de los tiempos, con las catástrofes cósmicas que les acompañarán. Serán tiempos de sufrimiento y congoja. Tiempos que, como dice el Señor en el evangelio de san Mateo, se abreviarán en atención a los elegidos, porque de lo contrario nadie se salvaría.
Ante tanta catástrofe y calamidad el corazón se nos encoge, sin embargo, para aquellos que creemos en el Señor Jesús, existe una palabra capaz de tranquilizarnos y devolvernos la paz interior. Se trata del KERIGMA, de la Buena Noticia de la Salvación.
Cada uno de nosotros no ha sido creado por Dios para el sufrimiento y la aniquilación, sino todo lo contario, hemos sido creados para la felicidad y la vida eterna, experimentando en el corazón el amor de Dios. Lo que ocurre es que, si contemplamos nuestras obras, nos damos cuenta de que no hemos correspondido al Señor con el amor que él se merece, sino que, buscándonos a nosotros mismos, hemos pecado dándole la espalda una y mil veces. Por nuestras obras sólo mereceríamos la condenación.
La respuesta del Padre ante tantas infidelidades y pecados, ha sido, en un arranque de amor inconcebible, entregar a su Hijo a la muerte comprando con su sangre todos nuestros pecados. De manera que cuando tú pecas, el pecado no te pertenece porque el Señor Jesús ha pagado por él un precio desorbitado. Así se lo dijo a san Jerónimo: “Quiero que me des algo que tienes y que me pertenece”. “Quiero tus pecados porque por ellos he pagado un alto precio”.
Significa esto que Dios Padre nunca te rechazará a causa de tus pecados. Que te ama con locura tal y como eres. Que para él eres perfecto. Al contrario de lo que hacemos nosotros con los demás, nunca te exigirá que cambies para quererte, para manifestarte su amor. Él modeló tu corazón y nunca se escandalizará de tus obras. Dios que es amor, es incapaz de odiar. Sólo puede amarte y comprenderte en tu realidad.
Si creemos esto, si estamos convencidos del amor de Dios, pase lo que pase nunca anidará en nuestro corazón el temor. Dios, por encima de todo, sólo quiere tu salvación. Pero nunca te forzará, nunca violentará tu libertad. Por eso, experimentar esa salvación que Él te ofrece, dependerá únicamente de ti. Está en tus manos desearla, aceptarla o rechazarla.
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