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DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«ESA POBRE VIUDA HA ECHADO MÁS QUE NADIE, PORQUE HA ECHADO TODO LO QUE TENÍA PARA VIVIR»

 

CITAS BÍBLICAS: 1Re 17, 10-16 * Heb 9, 24-28 * Mc 12, 38-44

En la primera parte del evangelio de hoy, el Señor Jesús nos pone en alerta para que nuestra conducta no sea semejante a la de los escribas y fariseos, que les encantan los reconocimientos humanos. Gustan que les llamen maestros, que les hagan reverencias en la plaza y que les reserven los mejores sitios en los banquetes. Aunque es posible que nuestra manera de actuar no sea exactamente la de estos personajes, sí es cierto que tenemos el peligro de considerarnos mejores que los demás, porque acudimos a la iglesia, no robamos, no matamos, no mentimos, etc. Nos gusta que tengan de nosotros un buen concepto. Pero eso tiene el peligro de que nos atrevamos a juzgar a los demás, considerándonos superiores a ellos.

En la segunda parte de este evangelio, el Señor nos enseña a no dejarnos llevar por las apariencias. Jesús está sentado frente al cepillo del templo. Observa cómo los que van entrando para la oración, depositan sus limosnas en él. Los ricos lo hacen de una manera ostentosa. Quieren que todos se den cuenta de que sus limosnas alcanzan cifras considerables. Las limosnas de los otros son más modestas y pasan desapercibidas.

Jesús observa como una viuda deposita en el cepillo dos moneditas, y llamando a sus discípulos les dice: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Es fácil que en nuestra vida corriente nos dejemos llevar por las apariencias, y juzguemos a nuestro prójimo a la ligera. Con frecuencia nos dejamos impresionar por el porte, los vestidos o las maneras de actuar de aquellos que nos rodean. Por suerte, los ojos del Señor no miran a nuestro exterior, sino que penetran el corazón y conocen cuáles son nuestras intenciones. Por eso el Señor ve en esta viuda a una persona que cumple el Shemá, que pone a Dios como al primero por encima del dinero.

Como norma hemos de procurar no juzgar a los demás, porque tenemos el peligro de hacerlo equivocadamente. Santiago nos dice en su carta: «Uno sólo es el legislador y juez, que puede salvar o perder. En cambio, tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?»

El juicio es un pecado que cometemos con frecuencia y al que no damos demasiada importancia. Sin embargo, cuando juzgamos al otro le estamos haciendo un mal, y al propio tiempo nos lo hacemos a nosotros mismos. Cuando juzgas te sientes superior al otro y eres incapaz de amarle en sus defectos y debilidades. Si Dios hiciera contigo lo mismo, ¿qué pasaría? Te lo voy a decir, nadie nos salvaríamos. Tenemos, sin embargo, la suerte de que Dios no nos mira a ti y a mí, con los ojos con que nosotros miramos a los demás.

De la misma forma que tú no deseas ser el blanco de las críticas de los otros, has de obrar en consecuencia y no juzgar a los demás. De esta forma se cumplirá en ti el segundo mandamiento que nos mostraba el Señor en el evangelio de la semana pasada, al decirnos: «El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Tengamos, pues, esto muy presente a la hora de enjuiciar a los que nos rodean.

 

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