DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«AMARÁS EL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN Y CON TODA EL ALMA»
CITAS BÍBLICAS: Dt 6, 2-6 * Heb 7, 23-28 * Mc 12 28b-34
El leitmotiv, o motivo central que se repite en las lecturas que nos presenta la Iglesia en la liturgia de este domingo, no es otro que el amor total y sin condiciones a Dios, que es el mismo amor.
Si tú y yo hemos aparecido en este mundo no ha sido para otra cosa, que para tener a Dios como al primero en la vida, amándolo con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro ser. Gozando, como consecuencia, de una existencia feliz en su presencia para toda la eternidad. Hemos sido creados por Él y para Él.
Amar a Dios de esta manera es la clave, el secreto, para alcanzar una vida dichosa. Así lo ha dispuesto Dios, y así se lo revela a Israel en la lectura del libro del Deuteronomio: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que yo te digo quedarán en tu memoria».
Estas palabras de vida, son la respuesta que el Señor da en el evangelio de hoy, al escriba que le pregunta: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Notemos que el Señor además añade: «El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”». Estos dos mandamientos o palabras de vida son inseparables. El que ama a Dios con todo el corazón, no puede hacer más que, como consecuencia, amar al hermano, al prójimo, como a su propia vida. También se puede hacer el planteamiento al revés. El amor al prójimo, a quien vemos, es el camino que nos lleva a mar a Dios a quien no vemos. Así lo expresa el apóstol san Juan en su primera carta.
Este amor total a Dios, aparece también en la segunda lectura, en la Carta a los Hebreos. Cristo, sumo sacerdote de nuestra fe, ama al Padre hasta el extremo, y, obediente, se ofrece de una vez para siempre para que tú y yo, pudiéramos experimentar de nuevo el amor Dios, que habíamos rechazado con nuestro pecado. Se convierte de este modo en sacerdote y víctima a la vez. Ama a Dios con toda su mente, coronada de espinas. Ama Dios con todo su corazón, traspasado por la lanza del soldado. Y ama a Dios con todas sus fuerzas clavado en la cruz de pies y manos.
Este es el amor que Dios siente por ti y por mí. Para que tú y yo fuéramos salvos, teniéndonos en una mano a nosotros y en la otra a su Hijo Jesucristo, no lo dudó. Lo entregó a la muerte ignominiosa de la cruz, para que tú y yo no nos condenáramos para siempre. ¿Eres consciente de esto? Aunque es difícil expresar este amor con palabras humanas, podemos afirmar que Dios nos amó a ti y a mí, más que a la vida de su propio Hijo.
Hoy, en el evangelio, el Señor Jesús nos recuerda una vez más que la clave de la verdadera vida feliz, consiste en tener a Dios como al primero, amarle con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. Este mandamiento de vida parece fácil, pero para nosotros es imposible llevarlo a la práctica con solo nuestras fuerzas, porque, si bien, hemos sido rescatados de la muerte por el Señor, el hombre viejo, que sigue en nuestro interior, solo busca, que, olvidándonos de los demás, busquemos la vida en las riquezas, en el ser, en el poder, en el sexo, en la salud, en las diversiones, etc., viviendo nuestra vida alejados de Dios.
Es necesario reconocer cada día nuestra impotencia y pedir la asistencia del Espíritu Santo. Caeremos una y otra vez, pero el Señor está dispuesto a levantarnos una y mil veces si se lo pedimos. Nuestros pecados no han de conseguir que dudemos del amor de Dios. Su amor está por encima de nuestras faltas. No nos escandalicemos de nosotros mismos y digámosle al demonio una y otra vez: Dios me ama en la debilidad y nunca me rechaza.
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