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DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«NO DESPRECIAN A UN PROFETA MÁS QUE EN SU TIERRA, ENTRE SUS PARIENTES Y EN SU CASA»

 

CITAS BÍBLICAS: Ez 2, 2-5 * 2Cor 12, 7-10 * Mc 6, 1-6

El comportamiento de los personajes del evangelio de hoy, es la antítesis del que ofrecían los personajes de la semana pasada. Allí encontrábamos, por una parte, a un jefe de la sinagoga, Jairo, que, ante la noticia de la muerte de su hija, su fe no le hace dudar y sigue confiando en el poder del Maestro. El resultado final es que esa fe hace que su hija vuelva a la vida.

Por otra parte, aparece otro personaje cuando el Señor se dirige a la casa de Jairo. Se trata de la hemorroísa que hace años que sufre flujos de sangre. Ella tiene la convicción, la fe, de que tan sólo tocando el manto del Señor encontrará la curación. Y así sucede, y así se lo hace ver el Señor cuando le dice: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».

Hoy, san Marcos, nos muestra al Señor Jesús llegando a su pueblo de Nazaret, y acudiendo el sábado a la sinagoga, según su costumbre, para enseñar en ella. La actitud de sus convecinos es diametralmente opuesta a la de los dos personajes de la semana pasada. En vez de dar gloria a Dios y estar agradecidos a las enseñanzas del Señor Jesús, se dedican a cuestionar su persona. «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿No es éste el hijo del carpintero?...»

También nosotros hemos de estar alerta porque tenemos el peligro de adoptar en la vida la misma actitud que los habitantes de Nazaret. Con frecuencia nos dejamos llevar por las apariencias. Es mucho más fácil atender a aquel que nos habla si su presencia y su manera de expresarse es agradable, que escuchar a alguien que no se expresa demasiado bien y que su apariencia exterior es más bien ruda.

Cuando se nos da una noticia o se nos ofrece una información, no es lo más importante la persona que nos la da, sino que lo importante de verdad es el contenido de la noticia o la información.

Los habitantes de Nazaret no saben ver más allá de la apariencia exterior. Tienen los ojos cegados y no saben descubrir en aquel que les habla a un profeta enviado por Dios. El Señor Jesús, extrañado por su falta de fe, no puede en esta ocasión realizar ningún milagro. Dolido por su ceguera y terquedad, exclama: «No desprecian a un profeta más que en su propia tierra, entre sus parientes y en su casa».

En la historia de la salvación, la elección del Señor siempre ha recaído en personas que humanamente valían poco. Así, por ejemplo, Abraham, fue un pastor nómada fracasado por no haber podido tener descendencia. Moisés, caudillo de Israel, era torpe de palabra y necesitaba a su hermano Aarón como portavoz. Y así, otros muchos. ¿Por qué? Porque Dios nunca ha querido que la obra que él realizaba en el pueblo, fuera atribuida a los hombres.

Jesús de Nazaret, lo vemos en la palabra de hoy, no aparece como un Superman. Es el hijo del carpintero. Uno más entre los habitantes de Nazaret. No es su persona física la que atrae a sus discípulos, es su palabra y, todavía más, sus obras las que dan testimonio de él. De esta manera, aquellos que lo ven, siempre tendrán la libertad de rechazarlo.

Lo mismo sucede con la predicación de la Iglesia. El Señor nunca coartará nuestra libertad. Por eso, nosotros, debemos escuchar con un corazón sencillo, sin cuestionar aquello que nos dice el Evangelio, como hicieron los habitantes de Nazaret. Es la fe, no la razón, la que nos salvará. Hemos de escuchar como los niños pequeños, que aceptan a pies juntillas lo que les dice su padre. Es necesario creer que es el mismo Dios el que nos habla través de la Palabra.  


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