NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
«Y A TI NIÑO, TE LLAMARÁN PROFETA DEL ALTÍSIMO»
CITAS BÍBLICAS: Is 49, 1-6 * Hch 13, 22-26 * Lc 1, 57-66.80
Las lecturas de este domingo XII del tiempo ordinario, se sustituyen por las que corresponden a la solemnidad del Nacimiento de Juan el Bautista, que es lo que celebramos en este día 24 de junio.
La liturgia de la Iglesia, a diferencia de lo que ocurre con el resto de los santos, sólo celebra tres nacimientos: el del señor Jesús en Navidad, el de la Virgen María, y hoy el de Juan el Bautista. Los tres al nacer estaban libres del pecado. Los dos primeros desde su concepción, el tercero desde el momento en que María visita a su pariente Isabel, y el niño, detectando la presencia del Señor Jesús en el vientre de María, salta de alegría en el seno de su madre de Isabel.
La figura de Juan el Bautista es una figura primordial en la historia de salvación. El Señor Dios lo elige para que prepare el camino al Señor Jesús, de manera que éste, a su venida, encuentre un pueblo bien dispuesto. Isaías lo anuncia en la lectura de hoy diciendo: «Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre». Zacarías, padre de Juan, al imponerle el nombre como se lo había ordenado el ángel, pone de manifiesto la misión para la que el Señor lo ha elegido diciendo: «A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos».
Es importante para nosotros la figura de Juan, porque a su vez pone de manifiesto la misión para la que nos ha elegido el Señor. También a nosotros, discípulos del Señor Jesús, Dios Padre nos llamó desde el seno de nuestra madre. Por un rasgo de su gran amor nos dio la vida y puso en nuestras manos una misión primordial: hacer presente su amor y su salvación a todos aquellos que nos rodean. Juan lo hizo en su día, señalando a Jesús y mostrándolo a aquellas gentes como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Hoy somos nosotros los que, como Juan, estamos llamados a mostrar a los hombres la figura de aquel que es el único que puede dar sentido a su existencia, proporcionándoles, con las limitaciones propias de la condición humana, una vida feliz.
Tu y yo lo sabemos. Por un don gratuito de Dios, hemos conocido su amor, somos testigos de su presencia en este mundo y sabemos que el Señor Jesús está vivo y resucitado en medio de esta generación. Sin embargo, esta figura no se hace presente de una manera física como lo hizo en aquel tiempo. La única manera que existe para que las gentes lleguen a experimentar la presencia del Señor en este mundo, es a través de las obras. Y aquí es donde entra nuestra misión.
Si tú y yo, débiles y pecadores, incapaces de hacer el bien por nuestro propio esfuerzo, somos capaces de hacer las mismas obras que hizo el Señor Jesús en su tiempo, haremos presente su figura y su salvación en medio de los que nos rodean. ¿Qué obras son esas, podemos preguntarnos? La obra principal del Señor es la misericordia y el perdón sin condiciones hacia aquellos que se equivocan. Para nosotros, tarados por el pecado de origen, es imposible perdonar cuando nos hacen daño injustamente. Perdonar en ese caso, supone renunciar a nuestra propia razón, a nuestros derechos. Nos es imposible amar a aquellos que conscientemente se acercan a nosotros para hacernos daño. Por eso, si llegado el caso perdonamos de corazón, quedará de manifiesto ante los demás, que no ha sido por nuestra bondad o nuestro esfuerzo, sino por obra de Aquel que es el único capaz de perdonar sin pedir explicaciones.
Obrar así, es preparar, como Juan, el camino del Señor. Los que nos rodean llegarán a conocerlo al comprobar las obras que realiza a través de nosotros, injustos y pecadores.
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