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DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«QUIEN CUMPLE LA VOLUNTAD DE DIOS, ES MI HERMANO, MI HERMANA Y MI MADRE»

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 3, 9-15 * 2Cor 4, 13—5, 1 * Mc 3, 20-35   

Después de la Cuaresma y del Tiempo Pascual, la liturgia retoma los llamados domingos del tiempo ordinario. Queremos hacer una aclaración respecto a estos domingos que ocupan la mayor parte del año. El hecho de que se les denomine del tiempo ordinario, no significa que sean menos importantes que los del resto del año. Estos domingos hacen presente lo que es el día a día en la vida del cristiano. El Adviento, la Navidad, la Cuaresma o la Pascua, sin embargo, son tiempos extraordinarios que no reflejan lo que debe ser la vida corriente del cristiano.

Hoy, retomamos los evangelios del Tiempo Ordinario a partir del domingo décimo de este tiempo. Como estamos en el ciclo litúrgico B, las lecturas se toman del evangelio según san Marcos.

En la primera lectura de la Eucaristía de hoy, tomada del génesis, vemos por una parte que, Adán y Eva, haciendo caso omiso a las indicaciones del Señor, deciden por su cuenta comer del fruto del árbol prohibido. El resultado es catastrófico. La vida tranquila y feliz que llevaban en el paraíso, se convierte por el pecado en algo insoportable. Separados voluntariamente de Dios, experimentan el miedo, el sufrimiento y la muerte. Sus vidas pierden por completo la razón de ser. Creados para la felicidad y la vida, se encuentran con el sufrimiento y la muerte.

Dios, sin embargo, que les continúa amando con locura, les hace el anuncio de un Salvador, que será el Hijo de la Mujer, y que aplastará por completo la cabeza del maligno, encarnado en la serpiente.

Adán y Eva no están muy lejos de nuestras vidas. Somos tú y yo, que convencidos de nuestra sabiduría y queriendo hacer uso de nuestra libertad, elegimos libremente vivir de espaldas a Dios. Nos sucede lo mismo que a Adán y Eva. Por haber rechazado al que es la Vida, nos hundimos irremediablemente en la muerte.

Esto mismo les sucede a los letrados del evangelio. Muy convencidos de su sabiduría y de su valer, su mala voluntad les hace cerrar los ojos ante los signos que realiza el Señor Jesús. Son incapaces de reconocer en Él al enviado de Dios para salvarles. Ese empecinamiento y esa tozudez les impide alcanzar la salvación, hasta el extremo de afirmar que las obras del Señor, son fruto de la acción del mismísimo Satanás. Con su actitud rechazan la posibilidad de alcanzar el perdón de Dios. Para ser sujetos del perdón de Dios, es necesario reconocer el pecado y para ellos eso es imposible. Por eso el Señor dirá que ese pecado no tendrá perdón jamás.

En el fondo este pasaje nos da la certeza a ti y a mí, de que con toda seguridad alcanzaremos el perdón de nuestros pecados, sean cuales fueren, con tal de re conocerlos. Con tal de, con humildad, pedir al Señor perdón de ellos, teniendo la certeza de que la misericordia de Dios llena la tierra y que nuestras faltas, por grandes que fueren, siempre será una nimiedad, comparadas con la infinita misericordia del Señor.

La parte final del evangelio nos muestra a los familiares del Señor Jesús que, convencidos de que no está en sus cabales, y, sin duda, forzando a María su madre a acompañarles, pretenden que abandone su misión y vuelva a Nazaret.

Cuando los que acompañan al Señor le dicen: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan», Él, se limita a decir «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» Y señalando a los que le rodean añade: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Alegrémonos, por tanto, de las palabras del Señor, si, como sus discípulos, estamos dispuestos con su ayuda a cumplir la voluntad de Dios.


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