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DOMINGO VI DE PASCUA -B-

DOMINGO VI DE PASCUA -B-

«ESTO OS MANDO: QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48 * 1Jn 4, 7-10 * Jn 15, 9-17

Nosotros podemos preguntarnos ¿cuál es la verdadera Iglesia de Jesucristo? ¿Qué signos la distinguen de otras religiones? La respuesta nos la da hoy el Señor Jesús en el evangelio. Él sabía que esta pregunta que nos hemos hecho nosotros, se la harían muchos a través de la historia, por eso, para que no exista ninguna duda, hoy, entrega a sus discípulos, a ti y a mí, el mandamiento, la señal más importante que nos ha de distinguir de aquellos que no son sus discípulos. Dice el Señor: «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado».

Nosotros, todavía podemos preguntarnos ¿por qué, precisamente, el amor es el signo de cristiano? La respuesta es muy sencilla, nos la da san Juan en el trozo de su carta que se ha proclamado hoy: «Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios».

La esencia de Dios es el amor, o, dicho de otra manera, si Dios estuviera formado por materia, esa materia sería el amor. Significa esto que cuando en tu vida o en la mía, o en la de cualquier discípulo del Señor, aparece el amor, el que en realidad se está haciendo presente, es el mismo Dios. De ahí la importancia del mandamiento que nos entrega el Señor Jesús, poco antes de su pasión.

El verdadero amor, el amor de Dios, únicamente se hace presente en la Iglesia de Jesucristo. Él nos ha dicho: «Amaos como yo os he amado». Yo, ahora te pregunto ¿cómo nos ha amado a ti y a mí el Señor Jesús? La respuesta es, hasta el extremo. De manera que no existe posibilidad alguna de manifestar mejor el amor. Nos ha amado entregando totalmente su vida por ti y por mí, que éramos sus enemigos, y que con nuestros pecados lo estábamos clavando en la cruz. ¿Se puede dar amor más grande?

Pues ese amor es, precisamente, el que quiere que nos tengamos entre nosotros el Señor. Un amor que llegue hasta el extremo. Un amor, que, de nuevo, como hace más de dos mil años, haga exclamar a los paganos: «Mirad, como se aman». Ese es un amor que llama a la fe, porque es el amor que hace presente al mismo Dios en esta generación. Es un amor que sólo puede darse en la Iglesia de Jesucristo. Ninguna religión lo tiene como distintivo, porque para todas las religiones, amar al enemigo hasta el extremo con que nos amó el Señor Jesús, es imposible. Sólo el cristiano es capaz de amar en esa dimensión.

Me imagino lo que estás pensando. ¿Amo yo en esa dimensión? ¿Se da ese amor en mi vida? ¿Soy capaz de perdonar hasta el extremo de olvidar las ofensas de mi enemigo? Te doy ya la respuesta, no. Ni tú ni yo somos capaces, con sólo nuestro esfuerzo, de amar en esa dimensión. Podemos afirmar que amar así es totalmente contra natura. Tú y yo, egoístas de nacimiento, que sólo pretendemos medrar personalmente, que nos buscamos en todo, somos incapaces de negarnos a nosotros mismos, como lo hizo el Señor, en favor de aquel que tenemos al lado, y, por supuesto, mucho menos, si se trata de un enemigo nuestro.

Nadie puede dar nada que no haya recibido. Por eso nos dice san Juan: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados». Él, por tanto, nos amó primero. Significa esto que, si tú y yo hemos experimentado el amor de Dios, seremos capaces, con la ayuda de su Espíritu, de amar a los demás del mismo modo.

El Señor nos dice en el evangelio que es Él el que nos ha elegido y nos ha destinado para que demos fruto. Por eso, quiere derramar sobre nosotros su Espíritu, para que aquello que para nosotros es imposible, como amar al enemigo, podamos hacerlo con la fuerza de su gracia.


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