DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
«NO SEA LO QUE YO QUIERO, SINO LO QUE QUIERAS TÚ»
CITAS BÍBLICAS: Is 50, 4-7 * Flp 2, 6-11 * Mc 14, 1—15,47
Con este domingo se abre la Semana Mayor o Semana Santa, en la que vamos a ser testigos de los acontecimientos primordiales de nuestra historia de salvación. Durante los cuarenta días de la Cuaresma, la liturgia de la Iglesia nos ha ido preparando para celebrar estos acontecimientos, no sólo como un recuerdo de lo ocurrido hace más de dos mil años, sino, como unos hechos que hoy, en el siglo XXI, acontecen de nuevo, y nos hacen testigos del inmenso amor de un Dios que es Padre y que siente hacia nosotros, sus criaturas, un amor que no tiene parangón con otro en el mundo.
Hoy vemos al Señor Jesús que llega a Jerusalén para la celebración de la Pascua, aunque en esta ocasión no la celebrará como en años anteriores, sino que la Pascua la hará realidad en su propio cuerpo. Será Él, el que como cordero manso se entregará como oblación al Padre para librarnos a ti y a mí del veneno del pecado que nos lleva cada día a la muerte. Como dijo en el evangelio de la semana pasada, «Ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre». Ha llegado la hora de llevar a cumplimiento, a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, la misión que el Padre le ha encomendado desde el principio. En la liturgia de la Misa se proclamará completa la Pasión del Señor según san Marcos.
En este evangelio podremos constatar la lucha que el Señor libra antes de entrar de lleno en su Pasión. Su naturaleza humana se resiste a aceptar el inmenso sufrimiento que esto le acarreará. Ya vimos lo que la semana pasada decía la carta a los Hebreos: «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte…». Hoy lo vemos, en el Huerto de los Olivos, muerto de tristeza dirigiéndose al Padre: «¡Abba (Padre)!: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Oración entrañable la del Señor Jesús, que en este momento terrible se dirige al Padre de una manera cariñosa. Le llama Papá, papaíto, expresión que emplean los niños pequeños que tienen por completo puesta la confianza en su padre. Sin embargo, consciente de que esa es su misión, la acepta plenamente diciendo: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Después de este momento de lucha y de la consiguiente aceptación de la voluntad del Padre, el Señor sale dispuesto y decidido a entregarse por completo a su Pasión.
Esta lucha del Señor puede iluminar acontecimientos de nuestra vida de fe, en los que, con una intensidad muchísimo menor, tengamos que doblegar nuestra voluntad, aceptando morir a nosotros mismos en favor de los demás. La fuerza que impulsa al Señor a entregarse por completo a la muerte por nosotros, no es otra que la del amor. Pero amar, lo decíamos la semana pasada, supone morir a nosotros mismos, negarnos a nosotros mismos, renunciando a nuestra razón y a nuestros derechos. Sólo la fuerza del Espíritu obrando en nuestro interior, será capaz de vencer la lucha de nuestro yo, de nuestro hombre viejo, que se resistirá con todas sus fuerzas a que renunciemos a lo que creemos que es justo.
Todo esto, humanamente, no es razonable, como tampoco es razonable esta clase de amor. Sin embargo, así es como Dios-Padre nos ha amado a ti y a mí en su Hijo Jesucristo, y hoy nos está llamando a hacer presente este amor, el único que salva, en medio del mundo.
Durante esta semana acompañemos al Señor Jesús. Sentémonos con él a su mesa en el Jueves Santo y alimentémonos con su Cuerpo y con su Sangre, para tener la fortaleza necesaria para seguirle en su Pasión. Compartamos sus sufrimientos. No temamos entrar con Él en la muerte, porque, si lo hacemos, también con Él resucitaremos a una vida nueva.
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