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DOMINGO IV DE CUARESMA -B-

DOMINGO IV DE CUARESMA -B-

«Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».

 

CITAS BÍBLICAS: 2Cro 36, 14-16.19-23 * Ef 2, 4-10 * Jn 3, 14-21

En este domingo cuarto de Cuaresma san Juan nos narra una parte del encuentro del Señor Jesús con Nicodemo. Nicodemo es un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín, que reconoce en el Señor a un gran profeta, pero que por respeto humano se entrevista con él por la noche.

  El Señor Jesús, hablando con Nicodemo, se refiere a su misión comparando su muerte en cruz, con el pasaje de la serpiente de bronce que se narra en el Éxodo. En aquella ocasión en la que el pueblo murmuró contra Dios y contra Moisés, el Señor ordena a éste que construya una serpiente de bronce y que la coloque en el extremo de un mástil, para que todo aquel que sea mordido por una víbora, se vea libre de la muerte al dirigir su mirada a la serpiente. Dice el Señor a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».

  El Señor continúa diciendo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».  Nosotros, aplicando esta frase a nuestra vida decimos: Tanto nos ama Dios a ti y a mí, que no ha tenido inconveniente de que su Hijo muera en la Cruz, con tal de salvar tu vida y la mía. ¿No es ésta la prueba de amor más grande que pueda darse? El amor que Dios siente por ti y por mí que somos unos miserables pecadores, que sólo buscamos nuestra conveniencia y nuestro placer dándole la espalda cada día, llega al extremo de sacrificar por nosotros a su propio Hijo. ¿Hubiéramos sido capaces de imaginar un amor más grande?

  El Señor Jesús continúa diciendo a Nicodemo: «Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Esta afirmación del Señor es fundamental para nuestra vida. Siempre hemos pensado que Dios condenaba a aquellos que no cumplían su ley, pero esto no es cierto. Dios no condena al mundo. Dios no condena a nadie. Dios no nos condena ni a ti ni a mí, somos nosotros mismos los que apartándonos del él, caemos en la condenación. La obra de Dios con nosotros no es la condenación, sino que es la salvación. Para eso ha enviado a su Hijo al mundo.

  ¿Quieres saber cuál es la causa de la condenación del mundo? La respuesta también nos la da el Señor: «Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas». También nosotros cuando pecamos, cuando hacemos el mal, procuramos escondernos de la vista de los demás. No queremos que los otros conozcan nuestros defectos y debilidades. Por eso dice también el Señor: «Todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras».

 

  Si nos fijamos en la primera frase, nos daremos cuenta de que la condenación no tiene su origen en Dios, sino en nosotros mismos. La condenación consiste en vivir apartados de Dios, que es la vida y que es la luz. Cuando tú y yo elegimos vivir nuestra vida apartados de Dios, somos nosotros mismos los que elegimos la oscuridad y la muerte. Dios, respetando nuestra libertad, no puede hacer nada que la violente. Todo lo que podía hacer ya lo llevó a cabo en la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo. Nosotros, unidos a él, podemos librarnos de la esclavitud de la muerte y por obra del Espíritu Santo, tener la certeza de que somos hijos de Dios. Pero todo esto siempre supeditado a nuestra libertad.

  Nuestra libertad, sin embargo, a causa del pecado de origen, no es del todo completa. Nosotros, sin la asistencia del Espíritu Santo, nos somos capaces de obrar el bien, necesitamos su ayuda. Lo explica muy bien san Pablo en la Carta a los Romanos: «Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo». Somos libres, sin embargo, para decir a Dios que no. Que no queremos su salvación. Que queremos vivir la vida a nuestro antojo.

  Conociendo todo esto. Teniendo ya la experiencia de que la felicidad que proporciona el mundo es pasajera y con frecuencia falsa, y que únicamente en Dios puede descansar nuestro corazón, seríamos necios e insensatos sin continuáramos viviendo apartados de Dios. Él es el único que nos ama tal y como somos y el único que no se escandaliza de nuestros pecados. 

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