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DOMINGO III DE CUARESMA -B-

DOMINGO III DE CUARESMA -B-

«DESTRUID ESTE TEMPLO, Y EN TRES DÍAS LO LEVANTARÉ»

 

CITAS BÍBLICAS: Ex 20, 1-17 * 1Cor 1, 22-25 * Jn 2, 13-25

Hoy san Juan nos muestra al Señor Jesús que se acerca al Templo para orar. Al llegar encuentra en sus atrios a los vendedores de ovejas, palomas y bueyes, y también a los cambistas que, bajo el pretexto de ayudar a los que acuden al templo a hacer sus ofrendas y sacrificios, han convertido el lugar en un verdadero mercado.

Irritado al ver aquel espectáculo, hace un azote de cordeles y con él arroja del templo a toda aquella gente, volcando las mesas de los cambistas y esparciendo sus monedas por el suelo. «Quitad esto de aquí, les dice, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Los judíos intervienen diciéndole: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» o lo que es lo mismo, ¿con qué autoridad haces esto? Jesús contesta: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». El evangelista añade que ellos no comprenden, cómo una obra que ha costado 46 años construirla, él la va a levantar en tres días. Por eso aclara, que el Señor se está refiriendo al templo de su cuerpo. Los discípulos sólo comprenderán estas palabras del Señor Jesús, cuando al tercer día de muerto y enterrado, resucite de entre los muertos.

Para nuestra vida, este pasaje del evangelio supone una gran ayuda. Nuestros cuerpos, por el Bautismo, se han convertido en templos del Espíritu Santo. Él desea habitar en ellos para testimoniarnos que somos hijos de Dios. Dicho de otra forma, el Espíritu del Señor resucitado desde nuestro interior, como dice san Pablo, se dirige a Dios Padre llamándole Abbá, papá.

Sucede, sin embargo, que en muchísimas ocasiones este templo interior nuestro se halla, como el atrio del templo del evangelio, atiborrado de trastos. Son las preocupaciones de la vida, los negocios, la salud, las diversiones, y con frecuencia los pecados, los que lo llenan por completo, no dejando espacio al Espíritu Santo, que se ve imposibilitado de habitar en nuestro interior.

Es posible que muchas veces no seamos conscientes de este problema. Por eso, hoy, la Palabra viene en nuestra ayuda haciéndonos conscientes de esta realidad. Aquel espacio que el Espíritu Santo había elegido para vivir en nuestro interior, nosotros lo hemos convertido en un mercado o en una cueva de ladrones.

Darnos cuenta de esta realidad es ya un paso importante para intentar poner orden en nuestro interior. Estamos viviendo la Cuaresma, un tiempo de conversión. Un tiempo especial para volver nuestro rostro hacia el Señor y pedirle ayuda, a fin de que en nuestra vida hagamos aquello que a Él le agrada. Precisamente en esto consiste la verdadera felicidad, porque la voluntad del Señor no es otra que el que nosotros seamos felices.

Convertirnos es eso precisamente. Es reconocer que en nuestra vida hemos elegido un camino equivocado. Reconocer que nos afanamos en buscar la felicidad en las cosas del mundo: dinero, poder, sexo, diversión… y comprobar que la felicidad que estos ídolos del mundo nos dan es sólo momentánea, no dura, y que cuando pasa suele dejarnos mal sabor de boca. Reconocer que esto es verdad es un primer paso y cambiar de dirección, cambiar el rumbo de nuestra vida es el siguiente. En esto consiste la conversión.

La Palabra de Dios y la predicación de la Iglesia, son las que vienen en nuestra ayuda para iluminar nuestra vida y, como ha sucedido en el evangelio de hoy, darnos a conocer la verdad.

 

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