DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«SE HA CUMPLIDO EL PLAZO. ESTÁ CERCA EL REINO DE DIOS»
CITAS BÍBLICAS: 1Sam 3, 3b-10.19 * 1Cor 6, 13c-15a.17-20 * Jn 1, 35-42
En este evangelio vemos al Señor Jesús que se dispone a llevar a cabo la misión que el Padre le ha encomendado. ¿Cuál es esa misión? podemos preguntarnos. Dar a conocer a los hombres, que se encuentran dominados por el pecado y sometidos a la muerte, que la respuesta del Padre a esa situación, no es el castigo y la condenación. Que Él, a pesar de nuestras rebeldías, nunca ha dejado de amarnos, y que precisamente es ese amor, el que ha dispuesto que su Hijo, Dios como Él, se encarnara, se hiciera uno de tantos con nosotros, para devolvernos la filiación divina que habíamos perdido por el pecado.
Hoy, vemos al Señor Jesús en Galilea proclamando el Evangelio de Dios con estas palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». ¿Qué significa se ha cumplido el plazo? ¿A qué plazo se refiere? Desde que Dios-Padre después del pecado de Adán prometiera el envío de un Salvador, ha ido repitiendo esta promesa a lo largo de los siglos, primero a los patriarcas y luego a través de los profetas. Durante este largo período de tiempo ha ido preparando y educando a los hombres, para cumplir, al llegar la plenitud de los tiempos, su promesa. Por eso hoy, el Señor nos dice: «se ha cumplido el plazo». Dicho de otro modo: ha llegado para todos vosotros el tiempo de la salvación.
El Señor Jesús invita al mismo tiempo a la conversión, diciendo: «Convertíos y creed en el Evangelio». ¿Por qué es necesario convertirnos? nos preguntamos. La conversión, que significa cambio de vida, supone antes que nada el reconocimiento de que hemos obrado mal. Si no lo reconocemos, nunca sentiremos la necesidad de ser salvados. Es necesario reconocer que pecamos, que hacemos las cosas mal, para recibir con alegría la Buena Noticia, que es lo que significa la palabra Evangelio. Esa noticia nos anuncia que, para nosotros, infieles y pecadores, sometidos al poder de la muerte, ha llegado salvación.
Ocurre que, con frecuencia, nos resistimos a reconocer nuestras culpas y pecados. No queremos que los demás conozcan nuestras debilidades. Quizá, pensamos, que nos querrán menos. No ocurre así con el Señor. Él nunca se escandaliza de nuestros pecados por enormes que sean. Nos ama en nuestra realidad. Sabe que somos débiles y que el pecado nos esclaviza. Precisamente, Él, ha venido para eso. Para romper las ataduras que nos impiden obrar el bien. Esa es para nosotros la Buena Noticia.
Hoy, el evangelista san Marcos, nos cuenta también cómo el Señor va eligiendo a sus primeros discípulos. Van a ser sus colaboradores, los que le ayudarán a anunciar la Buena Noticia. Primero se encuentra con Pedro y su hermano Andrés, que son pescadores, y les dice: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Más adelante, son otros dos hermanos, Santiago y Juan, los que está en la barca con su padre repasando las redes. Los llama, y ellos sin dudarlo lo siguen. Es significativo y a la vez digno de ser destacado, el hecho de que tanto unos como los otros, ante la llamada del Señor, no dudan en abandonar lo que tienen. Están convencidos de que lo que les ofrece el Señor, es con mucho lo mejor.
Hoy, para ti y para mí, esta historia se repite. En nuestra vida también pasa el Señor. También a nosotros nos llama. Quiere que seamos su boca sus manos y su corazón. A unos nos llama para que lo hagamos presente a través de un matrimonio cristiano. A otros les invita a seguirle dejándolo todo, para que, como Él, sirvan a sus hermanos. A otros, finalmente, les llama a hacerle presente en el trabajo y en medio de la sociedad. Quiere que allá donde nos encontremos, quien nos vea a nosotros, lo vea a Él. Es una misión de gran responsabilidad la que deja en nuestras manos. Quiere que, como discípulos suyos, todos seamos testigos de su amor y de su misericordia. Llevar adelante esta misión es para nosotros imposible y no depende de nuestro esfuerzo. Sin embargo, se hace posible cuando es Él, el que con su gracia y su poder actúa a través de nosotros.
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