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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -B-

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -B-

«Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 42, 1-4.6-7 * Hch 10, 34-38 * Mc 1, 7-11 

Con este domingo en el que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, damos por finalizado el tiempo de Navidad, que este año ha sido muy breve, e iniciamos el tiempo ordinario.

El pasado domingo, Día de la Sagrada familia, san Lucas terminaba su evangelio diciendo: «El Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba». En el capítulo siguiente, que corresponde al ciclo litúrgico C, el mismo evangelista nos narra el pasaje del Niño Jesús perdido en el Templo, terminando la narración con esta frase: «Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres». Reproducimos estas dos citas para señalar que, de la niñez, pubertad y juventud del Señor, no conocemos en absoluto nada. Durante unos treinta años la vida de Jesús es la vida de un ciudadano más de Nazaret. Durante este tiempo María y José van transmitiéndole la fe, enseñándole a conocer a Dios como Padre y a amarle con todo el corazón y con toda el alma.

Han pasado treinta años del nacimiento de Jesús en Belén. San Marcos, en el evangelio de hoy, nos presenta a Juan el Bautista predicando un bautismo de conversión y anunciando al pueblo la llegada del Mesías. Entre la muchedumbre que llega al Jordán para ser bautizada, se encuentra también Jesús. El evangelista nos narra así lo sucedido: «Apenas salió -Jesús- del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».

Este acontecimiento que podemos considerar como el inicio de la vida pública del Señor, tiene para cada uno de nosotros una especial relevancia. Nos hace presente que también nosotros iniciamos un proceso para convertirnos en hombres nuevos, cuando recibimos de manos de la Iglesia nuestro bautismo.

Hoy, somos creyentes, vivimos en el seno de la Iglesia, pero, quizá porque fuimos bautizados de pequeños, no damos la importancia que tiene a haber recibido el bautismo. Si hoy podemos beneficiarnos y recibir abundantes gracias del Señor, cuando nos acercamos a los sacramentos de la Iglesia, confirmación, penitencia, eucaristía, etc., es precisamente porque un día nuestros padres nos llevaron a la Iglesia, para que entráramos a formar parte del Pueblo de Dios.

Hoy, este evangelio nos lo ha de hacer presente, de manera que las palabras que el Padre dice sobre el Señor Jesús, «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto», hemos de considerar que han sido pronunciadas sobre cada uno de nosotros. Tú y yo somos hoy ese hijo amado del Padre, ese predilecto. No te extrañes ni creas que somos unos presuntuosos al hacer esta afirmación, porque ni tú ni yo hemos hecho mérito alguno para que esto sea así. Ha sido un don que nos ha otorgado gratuitamente el Padre, a pesar de que no somos merecedores de él.

El Señor Dios, nos mira a ti y a mí con los mismos ojos con que un enamorado mira a su amada. Para él, es perfecta. No tiene defecto alguno. También nosotros, a los ojos de Dios somos perfectos, porque nos mira con los ojos de un Padre enamorado de su criatura. Aunque nuestras obras, por nuestra debilidad, no respondan en muchas ocasiones a las obras de un hijo de Dios, el amor y la misericordia del Padre cubren por completo nuestras faltas, que ya fueron perdonadas en la Cruz de su Hijo Jesús. Recordemos las palabras de san Pablo al hablar del Amor, que no es otra cosa que hablar del mismo Dios: es paciente, es servicial, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, no se irrita, no toma en cuenta el mal… Ese es nuestro Dios. Ese es el Dios que hoy te ha llamado su hijo predilecto.

¿Cuál ha de ser nuestra respuesta ante tamaña bondad? Reconocer ante Él nuestra indignidad, y pedirle la fuerza del Espíritu Santo, para que, por su acción, nuestras obras respondan a las obras de un Hijo de Dios. 

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