DOMINGO I DE ADVIENTO -B-
«MIRAD, VIGILAD PUES NO SABÉIS CUANDO ES EL MOMENTO»
CITAS BÍBLICAS: Is 63, 16b-17.19b;64, 2b-7 * 1Cor 1,3-9 * Mt 13, 33-37
Iniciamos hoy con este domingo un nuevo año litúrgico. La Iglesia, a través de él, pondrá ante nosotros toda la historia de salvación. En esa historia quedará reflejada también nuestra historia, nuestra vida.
Si fuéramos conscientes de nuestra situación existencial, haríamos nuestra desde el principio hasta el fin la oración del profeta Isaías que la Iglesia nos ofrece hoy como primera lectura.
Es la situación de un hombre que, reconociendo su pecado, siendo consciente de que sin la ayuda de Dios no hay solución para su vida, desea vivamente la manifestación del Señor. Desea que Dios se haga presente para salvar. El profeta dirá: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!» ¡Ojalá, podemos decir nosotros, te hicieras presente en nuestras vidas que tanto te necesitan!
El profeta tiene la certeza de que se trata de un Dios que salva, por eso dirá: «Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él». Nosotros, podemos preguntarnos ¿Ciertamente, somos conscientes de todo lo que el Señor ha hecho en nuestra vida y sigue haciendo cada día en ella? El profeta, reconociendo sus infidelidades y pecados, sigue diciendo: «Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado… Aparta nuestras culpas y seremos salvos. …Señor, tú eres nuestro Padre. Nosotros, la arcilla, y tú, el alfarero: somos todos obra de tu mano».
Si nosotros, en vez hacer la vista gorda y restar importancia a nuestra situación de pecado, nos diéramos cuenta de que no tenemos solución, de que no somos merecedores de que el Señor nos mire con ojos de misericordia, desearíamos con ansia, como el profeta, que rasgase el cielo y bajase, derritiendo con su presencia los montes de nuestro orgullo, de nuestro egoísmo, de nuestra lujuria, etc.
Ésta es la actitud que el Adviento quiere provocar en nosotros. No quiere que nos escandalicemos de nuestros pecados y miserias, pero sí quiere que seamos conscientes de ellas, que las reconozcamos, porque reconocerlas es el primer paso para desear con ansia la venida del Señor a nuestras vidas, para salvarnos.
Todos sabemos que esta vida presente de la que ahora disfrutamos, no va a durar indefinidamente. Somos seres mortales y todos hemos de pasar necesariamente por el trance de la muerte. Aunque no nos demos cuenta nuestra vida terrena es un tiempo de gracia. Son días, meses o años que el Señor nos regala antes de encontrarnos definitivamente con Él. Salimos de Él y hacia Él caminamos. Sin embargo, las más de las veces vivimos nuestra vida ajenos a esta realidad. Muchos hemos plantado nuestra tienda en este mundo, y lo consideramos como nuestro destino definitivo.
En el inicio del evangelio de hoy, el Señor Jesús quiere sacarnos de nuestra alienación y nos dice: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento». Si tú y yo estuviéramos convencidos de que aquí estamos de paso y de que nos espera una vida eterna, plena y feliz, sin duda, anhelaríamos el rescate de nuestro cuerpo, como dice san Pablo en su carta a los Romanos. Consideraríamos esta vida como un exilio lejos del Señor.
Sin embargo, la realidad es otra. Vivimos apoltronados en este mundo sin desear para nada la otra vida, aunque nos aseguren que aquella es mejor. De ahí, que el Adviento nos invita a estar alerta, a estar vigilantes, a vivir este regalo del Señor que es la vida presente, sin perder de vista que somos ciudadanos del cielo.
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