DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO- CRISTO REY -A-
«TODO SE HIZO POR ÉL Y PARA ÉL»
CITAS BÍBLICAS: Ez 34, 11-12.15-17 * 1Cor 15, 20-26.28 * Mt 25, 31-46
Estamos celebrando el último domingo del año litúrgico. Hemos dicho en repetidas ocasiones que a través del año litúrgico la Iglesia pone a la consideración de los fieles toda la historia de salvación. Y esa historia de salvación tiene como colofón final celebrar la figura de Jesucristo Rey del Universo. Como dice la carta a los Colosenses «Todo se hizo por Él y para Él». Por eso es lógico que, al terminar el año litúrgico, paradigma de lo que es la historia desde el principio de la creación hasta el final de los tiempos, se cumpla lo que el apóstol Pablo nos dice hoy en la primera carta a los Corintios: «Cristo tiene que reinar, hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies».
En la misma carta hemos escuchado: «El último enemigo aniquilado será la muerte». Cristo tomó nuestra naturaleza humana y vino al mundo precisamente en función de la muerte. Tu pecado y el mío y el de toda la humanidad, fue la llave que abrió la puerta para que entrara la muerte en el mundo. La muerte es algo que no proviene de Dios, ya que de la Vida es imposible sacar a la muerte. Dios no ha creado la muerte ni se complace en la muerte del pecador. Hemos sido tú y yo los que pecando hemos dado la espalda a la Vida que es Dios. Y dar la espalda a la vida es entrar en la muerte.
El Señor Jesús vino, por tanto, a restaurar aquello que tú y yo habíamos perdido por el pecado. Unió en sí mismo las dos naturalezas, humana y divina. Por la primera pudo saborear lo que era el morir, y por la segunda pudo vencer a la muerte con su resurrección. Es, por tanto, Señor, es Rey de la vida y de la muerte. Eso significa que nosotros que estamos sometidos a la esclavitud de la muerte, unidos a Él podemos vencerla y recuperar la vida.
A Cristo, sentado a la derecha de Dios, se la ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Así lo afirma Él al final del evangelio a punto de ascender a los cielos. Esto, para nosotros, que somos sus discípulos, es algo extraordinario. ¿Por qué? Te preguntarás. Sencillamente, porque ese poder le ha sido dado en función tuya y mía. Él ha vencido a la muerte, pero nosotros no. Nuestra carne de pecado, el hombre viejo que llevamos todos dentro, está inclinado continuamente al mal. Él es el que provoca en ti la soberbia, la vanidad, la lujuria, la mentira, la ambición desmedida, etc. Él se alimenta con toda esta porquería y tú y yo nos encontramos impotentes ante sus exigencias. Precisamente por esto, el Padre ha puesto a su Hijo Jesucristo como Señor, como Rey, de todo los que nos oprime y nos esclaviza.
Cristo es en tu vida Señor de ese genio endiablado que no puedes dominar. Es Señor de ese odio que te ciega, que no te deja vivir y que te hace incapaz de perdonar al que te ha hecho daño. Es Señor de ese sexo desbocado que nunca se siente satisfecho y que cada vez te exige más. Es Señor de ese egoísmo que te impulsa a ascender, aunque sea pisoteando a los demás. Es Señor también de tu falta de salud, de tu enfermedad, de tus problemas familiares y de trabajo. Es Señor de ese vicio oculto que te avergüenza y que solo tú conoces… Es, en fin, Señor de todo lo que te oprime, te domina y te hace infeliz. Lo que para ti es imposible, se vuelve posible cuando estás unido a Él. Él está puesto por el Padre como tu ayudador. Él está esperando que lo invoques, que le grites, que le digas: “Señor ayúdame porque me pierdo. Sin ti nada puedo hacer”. No olvides que dice la Escritura: «Todo el que invoque el Nombre del Señor, no quedará confundido» «Todo el que invoque el Nombre del Señor, se salvará».
¿Qué quieres más? La solución a tus problemas está al alcance de tu mano. Prueba a invocar el nombre del Señor (aquí nombre significa “poder”). Haz tuya aquella frase que se usaba en Cursillos de Cristiandad: “Cristo y yo, mayoría absoluta”. Con el Señor Jesús a tu lado, no tienes nada que temer. Haz la prueba.
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