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DOMINGO DE PENTECOSTÉS

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

«VEN ESPÍRITU SANTO Y RENUEVA LA FAZ DE LA TIERRA»

 

CITAS BIBLICAS: Hch 1, 1-11 * Ef 1, 17-23 * Mt 28, 16-20

El tiempo Pascual culmina hoy con la solemnidad de Pentecostés. El Señor Jesús, cumpliendo la promesa hecha a sus discípulos, envía desde el seno del Padre al Espíritu Santo. Será Él, el encargado de dirigir, guardar y defender, a la Iglesia que el Señor ha fundado.

El Señor Jesús antes de subir al cielo nos dijo: «No os dejaré solos». Hoy cumple esta promesa derramando sobre los discípulos al Consolador, al Paráclito, al Espíritu Santo. Él conocía demasiado las dificultades, las persecuciones y los problemas a los que tenía que hacer frente su Iglesia, y conocía también la debilidad de aquellos en cuyas manos la dejaba. Necesitaban un defensor, y eso es precisamente lo que la palabra paráclito significa. En la antigüedad, cuando se llevaba a un acusado ante el tribunal, podía suceder que de momento apareciera en la sala un personaje, el paráclito, que sin intervenir para nada en la causa, y solo dando una vuelta por la estancia, dejaba patente al tribunal la inocencia del acusado. Ésta es una de las múltiples funciones que el Espíritu Santo lleva acabo en su Iglesia, y también en tu vida y en la mía, como miembros que somos de la Iglesia de Cristo.

La acción de Espíritu santo está siempre presente en la Iglesia y en cada una de nuestras vidas. Reproducimos un fragmento del sermón de san Cirilo de Jerusalén sobre el Espíritu Santo, que reafirma lo que estamos diciendo. Dice S. Cirilo: «El Espíritu Santo se sirve de la lengua de unos para el carisma de la sabiduría; ilustra la mente de otros con el don de la profecía; a éste le concede poder para expulsar los demonios; a aquél le otorga el don de interpretar las divinas Escrituras. Fortalece, en unos, la templanza; en otros, la misericordia; a éste le enseña a practicar el ayuno y la vida ascética; a aquél, a dominar las pasiones; al otro, le prepara para el martirio. El Espíritu se manifiesta, pues, distinto en cada uno, pero nunca distinto de sí mismo… Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector: pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma primero, de quien le recibe; luego mediante éste, las de los demás».

La acción del Espíritu Santo está, pues, omnipresente en la vida de la Iglesia y en cada una de nuestras vidas como creyentes. El Espíritu Santo conoce nuestra debilidad a la hora de enfrentarnos a las asechanzas del maligno, dándonos fuerza en los momentos de la lucha. Nos consuela en los sufrimientos que nos acarrea nuestra condición de pecadores. Nos da el discernimiento y la sabiduría necesaria para enfrentarnos a los problemas que nos plantea la vida, ayudándonos a descubrir cuál es la voluntad de Dios en cada caso.

Sin la presencia del Espíritu Santo la Iglesia no podría cumplir su misión de dar a conocer a los hombres el amor de Dios, el perdón de los pecados, y la salvación que Dios Padre nos ha otorgado en la persona de su Hijo Jesucristo. Es significativo que en el evangelio de hoy, junto al don del Espíritu Santo, el Señor otorgue a continuación a sus discípulos el poder de perdonar los pecados. El Señor Jesús les dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». ¿Por qué el Señor da prioridad a este poder pudiendo darles otros poderes más llamativos, como por ejemplo el poder de hacer milagros? La razón es obvia. Aunque la gente no lo sabe o no quiere reconocerlo, el origen del mal, de los abusos, de los enfrentamientos fratricidas entre los hombres, de todo tipo de sufrimiento, y por lo tanto también de la muerte, es el pecado.

El Señor Jesús hace partícipe a su Iglesia de un poder que sólo él como Dios posee. La Iglesia destruyendo el pecado elimina de tu vida y de la mía el veneno que nos mata, y, a través del Espíritu Santo, nos otorga el don de hacer presente en la vida de los demás, el amor y la misericordia entrañable que Dios-Padre siente, hacia cada uno de los hombres.  

 


 


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