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DOMINGO IV DE ADVIENTO -A-

DOMINGO IV DE ADVIENTO -A-

«DARÁ A LUZ UN HIJO, Y TÚ LE PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 7, 10-14 * Rm 1, 1-7 * Mt 1, 18- 24

Llegamos al final del Adviento. Desde el domingo tercero hasta el día de Navidad, la liturgia no insiste ya sobre la segunda venida del Señor, sino que nos prepara de una manera inmediata a la celebración del nacimiento del Señor Jesús en Belén.

Hoy se hace presente una figura importantísima de la historia de salvación: José de Nazaret. Aunque se trata de la figura más importante de Nuevo Testamento, después de María y cómo no, del Señor Jesús, ha sido un personaje al que la historia no le ha acabado de dar el relieve que merece. Ciertamente, se le ha tenido gran devoción y han sido muchos los santos, como Teresa de Jesús, que lo han tenido muy presente en sus vidas, pero también es cierto, que quizá por desconocimiento de las leyes y las costumbres judías, no se ha sabido valorar la importancia de primer orden que ha tenido en la vida del Señor, y como consecuencia en la historia de la salvación.

Llamar a José padre putativo del Señor se queda muy corto a la hora de valorar su misión. Putativo significa “reputado o tenido por padre” y eso no es exacto. José no fue solo tenido por padre, sino que fue ante Dios y ante la Ley, el padre legal del Señor Jesús, con todos los derechos y obligaciones que esta situación conllevaba. Entre los derechos, y hoy lo vemos en el evangelio, José tuvo la prerrogativa de poner el nombre a Jesús, teniendo así mismo la misión de educarle en la fe, y de enseñarle a conocer y a amar a Dios sobre todas las cosas.

Si san Lucas nos narra cómo fue la concepción virginal del Señor, es hoy san Mateo el que nos da a conocer cómo llega esta noticia a José. Podemos suponer lo ocurrido. José está desposado con María, pero, según la costumbre hebrea, aún no ha tenido lugar la boda y por tanto todavía no conviven juntos. José observa extrañado los primeros cambios que el embarazo produce en María. Nada sabe al respecto porque ella no le ha dado a conocer lo ocurrido. Podemos imaginar el sufrimiento de José. Por una parte se resiste a aceptar que María sea una adúltera, mientras que por otra, los hechos son evidentes.

Se le presenta un dilema. Si la denuncia, María recibirá como castigo la lapidación, y él, que ama a su esposa, quiere evitarlo a toda costa. Decide, por lo tanto, cargar con un pecado que no ha cometido y repudiarla en secreto. Apenas ha tomado esta decisión, Dios interviene enviándole un ángel que en sueños le dice: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». José acepta la voluntad de Dios y se lleva a casa a su mujer.

Dos son las enseñanzas que podemos sacar de este pasaje. En primer lugar la discreción de María, su silencio. No da ninguna explicación a su esposo. Confía que Aquel que ha iniciado todo este embrollo, saldrá en su defensa sin que ella tenga que intervenir. Por otro lado la actitud de José. Ama a su esposa, María, y está dispuesto a cargar con un pecado que no ha cometido, con tal de evitarle un mal mayor. De María aprendamos a no defendernos ante las injusticias que nos infrinjan por ser fieles al Señor, de José a no juzgar por las apariencias, y a no rechazar aquello que en la familia, en el trabajo, en la parroquia, etc. esté establecido, solo por el hecho de que fueron otros los que lo iniciaron. Aprendamos de su docilidad a la voluntad del Señor y de su obediencia, que excluye por completo pedir explicaciones al Señor.

 

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