DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«HAZME JUSTICIA FRENTE A MI ADVERSARIO»
CITAS BÍBLICAS: Ex 17, 8-13 * 2Tim 3, 14—4, 2 * Lc 18, 1-8
Quizá no apreciamos en lo que vale un arma que nos da la Iglesia para ayudarnos en nuestra vida de fe. Nos estamos refiriendo a la oración. La oración tiene una fuerza enorme, hasta el punto de ser el único medio a nuestro alcance capaz de hacer que cambien por completo los planes del Señor. Lo vemos en el libro de Isaías cuando habla del Rey Ezequías, que al conocer a través del profeta que ha llegado el momento de su muerte, dirige con insistencia su oración al Señor pidiendo la salud, y éste cambiando los planes que tiene sobre el rey, le concede quince años más de vida.
Todos los creyentes, más o menos, tenemos la costumbre de rezar, pero en muchas ocasiones nos da la sensación de no ser escuchados, porque nuestra oración no alcanza a realizar aquello que pedimos. Los motivos de que esto suceda así, pueden ser varios. En primer lugar nuestra falta de fe. No acabamos de estar convencidos de la fuerza de la oración. San Marcos en su evangelio pone en boca del Señor estas palabras: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis conseguido y lo obtendréis». ¿Qué pasa entonces? Pues que pedimos de manera rutinaria y sin convencimiento. Otra razón para no obtener lo que pedimos, es que pidamos algo que sea contrario a nuestra salvación. En este caso el Señor nos dará otras gracias diferentes a lo que pedimos.
Hoy el Señor Jesús viene en nuestra ayuda mostrándonos una de las cualidades que ha de tener nuestra oración. En la parábola que nos propone el Señor aparece una viuda. Ser viuda en tiempos de Jesús era una gran desgracia. La mayoría de las viudas no disponían de medios para poder vivir ellas y su familia. Con la muerte del esposo quedaban por completo desamparadas y si medios de subsistencia. De ahí que el Señor en la Escritura insista tanto en que se tenga cuidado de las viudas y los huérfanos.
A la viuda de la parábola, un desaprensivo le ha robado lo bienes necesarios para poder vivir ella y sus hijos. Pide justicia al juez porque su vida depende de que se le restituya lo que le pertenece, pero éste solo atiende a aquellos que le sobornan con sus regalos. Por eso, no teniendo otro medio a su alcance, puesta a la puerta del tribunal insiste cada día gritando una y otra vez: «Hazme justicia frente a mi adversario». El juez injusto, harto de las molestias que le acarrea la actitud de la viuda, por fin la escucha y le hace justicia. La insistencia machacona de la viuda ha dado resultado.
¿Qué hemos de hacer tú y yo para que el Señor nos escuche? Pedir con insistencia. Así ha de ser nuestra oración. Quizá alguno pregunte: Si el Señor sabe lo que necesito ¿a qué vine tener que pedirlo? Ciertamente el Señor conoce nuestras necesidades, pero desea que se las expongamos en la oración de manera insistente. Con ello quedará patente la necesidad y el interés que tenemos en lo que pedimos, y además reconoceremos su poder para ayudarnos. Si no fuera así, y el Señor nos concediera sus gracias sin pedirlas, somos tan necios que en vez de pensar que venían de sus manos, las atribuiríamos a azar o a la suerte.
El Señor Jesús termina comparando al juez injusto con Dios, porque si siendo un malvado ha hecho justicia, ¿cómo «Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?... os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre encontrará esta fe en la tierra?» Dicho de otro modo ¿seremos capaces de continuar creyendo en el poder de Dios y en su preocupación por cada una de sus criaturas?
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