DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«JESÚS, MAESTRO, TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS»
CITAS BÍBLICAS: 2Re 5, 14-17 * 2Tim 2, 8-13 * Lc 17, 11-19
Una de las enfermedades incurables más terrible en tiempos de Jesús era la lepra. Los que padecían este mal que se manifestaba por la aparición de pústulas en el cuerpo, que hacían que la carne y los miembros se fueran desprendiendo a pedazos, se veían obligados a abandonar su casa y su familia, para refugiarse en grutas viviendo lejos de las ciudades junto con otros enfermos. Cuando se veían forzados a salir de aquellos lugares para buscar alimentos, tenían la obligación de señalar su presencia agitando una campanilla y gritando a la vez: ¡Impuro, impuro!
En el evangelio de hoy san Lucas nos presenta a diez de estos enfermos que se acercan a Jesús para decirle a gritos: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». El Señor, al verlos les dice: «Id a presentaros a los sacerdotes». Quizá alguno no entienda esta respuesta y se pregunte. ¿Por qué en vez de curarles les manda presentarse a los sacerdotes? La respuesta es muy sencilla. La ley de Moisés ordenaba que en el caso de que un leproso se viera libre de la lepra, era indispensable que se presentara a los sacerdotes que eran los encargados de testificar, que efectivamente aquella persona se encontraba libre de la enfermedad.
Los leprosos se ponen en marcha, y durante el camino observan con asombro que su carne está completamente sana. Uno de los diez, un samaritano, antes de ir al sacerdote, regresa dando gritos alabando a Dios, se postra en tierra a los pies del Señor Jesús, y le da gracias.
El Señor viendo con extrañeza que solo uno de los enfermos ha regresado, dice: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y dirigiéndose al samaritano le dice: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado».
Ante este pasaje de la Escritura puedes pensar: estoy sano y por tanto libre de lepra, ¿qué aplicación puedo sacar de este evangelio para mi vida? La Iglesia, desde siempre, ha considerado los pecados como una lepra que cubre toda nuestra piel. Una lepra de la que nosotros no podemos librarnos con solo nuestras fuerzas. Tú y yo conocemos nuestras malas inclinaciones, nuestros fallos. Reconocemos que con frecuencia somos infieles al Señor y no hacemos su voluntad. Nuestro egoísmo hace que vivamos encerrados en nosotros mismos si preocuparnos demasiado de los demás. Somos esclavos del sexo que nos hace caer en el pecado, ya sea mediante la vista, el deseo o las acciones. Quisiéramos librarnos de estas tendencias pecaminosas, pero cada día comprobamos nuestra impotencia.
Solo hay uno que tiene poder para limpiar esta lepra. Solo hay uno capaz de perdonar nuestros pecados sean cuales fueren. Para el Señor nada hay imposible. Él tiene poder para que domines es mal genio que te hace quedar mal delante de los demás. Solo Él puede librarte de ese vicio que quieres corregir sin conseguirlo y que te amarga la vida.
Tres cosas necesitas hacer para verte curado de tu lepra. En primer lugar reconocer sin ningún miedo que eres leproso, que eres pecador, que no haces la cosas bien. Si no lo reconoces, nunca se te ocurrirá acudir al médico que puede curarte. En segundo lugar, reconocer, como los leprosos, que hay uno con poder para librar de la lepra. Que hay uno siempre dispuesto a perdonar tus pecados por grandes que sean, si acudes a Él reconociendo tu debilidad y tu impotencia. Finalmente, dar gloria a Dios como el samaritano, dando a conocer a los demás, que el Señor ha sido bueno contigo y te ha curado, te ha liberado de tu esclavitud y ha perdonado todos tus pecados.
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