DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO -C-
«Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
CITAS BÍBLICAS: Sab 18, 6-9 * Heb 11, 1-2. 8-19 * Lc 12, 32-48
El evangelio de hoy empieza con una frase del Señor Jesús capaz de ensanchar nuestro corazón y de llenarlo de paz: «No temas, pequeño rebaño: porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino».
¡Cuántas veces ante lo que consideramos exigencias del Evangelio, caemos en tristeza al comprobar nuestra incapacidad para cumplirlo! Nos vemos muy lejos de lo que nos pide el Señor. Sin embargo, podemos estar seguros de que nada se nos pedirá que no hayamos recibido previamente de forma muy abundante. Arrojemos fuera de nosotros todo temor. Dios-Padre tiene reservado para cada uno de nosotros su reino.
Hablábamos la semana pasada de nuestro amor al dinero. De cómo intentamos llenar nuestro corazón vacío del amor de Dios con las riquezas, con los bienes materiales. Queremos asegurarnos el futuro, cuando el futuro no está en modo alguno en nuestras manos.
Hoy el Señor viene a decirnos que nos desprendamos de nuestros bienes, para hacer más ligera, más llevadera nuestra marcha hacia la vida eterna. Nos dice: «Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla». Mirad, «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». Si tu tesoro está en la cartera, allí estará también tu corazón, pero si tu tesoro está en el cielo, sin duda, allí es donde estará tu corazón.
Nos invita a continuación a mantenernos alerta. A no dormirnos en los laureles. El Señor llega, está cerca, pero desconocemos por completo la hora de su venida. Es necesario estar en vela esperando la llegada del novio. Si cuando llega nos encuentra vigilantes, «se ceñirá, nos hará sentarnos a su mesa y nos servirá».
Este estar en vigilia esperando, no sólo se refiere a la venida del Señor al final de nuestra vida. Ciertamente, también, pero tenemos necesidad de mantenernos en vela todos los días y en cada momento. El Señor se presenta en nuestra vida en diversas ocasiones. Lo hace a través del niño, el anciano o el pobre, que se acerca a nosotros pidiéndonos ayuda. También nos habla, se hace presente, en todos los acontecimientos de nuestra vida, tanto en los buenos, como en los malos. Nada que nos ocurra es ajeno a la voluntad de Dios. De la misma forma que tú, padre o madre, estás continuamente al tanto de lo que le sucede a tu hijo, el Señor está pendiente de ti porque te ama, porque para Él, tú eres único.
La parábola final del evangelio nos invita a no vivir confiados en que la venida del Señor está lejana. No seamos como el empleado necio que dice: «Mi amo tarda en llegar», porque «llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles».
Cuando el Señor se presenta en nuestra vida lo hace siempre para salvarnos. Nunca lo hace para condenarnos. Somos nosotros los que vivimos muchas veces de espaldas al Señor y caemos por eso en sufrimiento y en depresión. No hemos de temer que el Señor vea nuestras manos llenas de pecados y vacías de buenas obras. Él conoce mejor que nosotros nuestra realidad y no se escandaliza. Nos ama siendo pecadores y no nos rechaza. Por eso derramó hasta la última gota de su sangre, para lavarnos del pecado y abrirnos las puertas del cielo.
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