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DOMINGO XVII DE TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XVII DE TIEMPO ORDINARIO -C-

«CUANDO ORÉIS DECID: PADRE, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE...»

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 18, 20-32 * Col 2, 12-14 * Lc 11, 1-13   

Hoy el Señor Jesús a petición de sus discípulos nos muestra cómo dirigirnos al Padre. Nos enseña la oración por excelencia: el padrenuestro. Juan enseñó a sus discípulos a orar, les enseñó a ponerse en contacto con Dios mediante la oración. Hoy es el mismo Hijo el que haciéndonos sus hermanos, nos invita a llamar Padre a su propio Padre.

Si no fuera porque es el mismo Hijo el que nos enseña a dirigirnos a Dios como padre, hacerlo sería un verdadero atrevimiento. ¿Cómo llegar a pensar que tú y yo, pequeñas criaturas, pudiéramos dirigirnos a Dios llamándole Padre? Nunca se nos hubiera imaginado hacerlo. Por eso, esta circunstancia nos hace presente una vez más hasta dónde llega el amor y la misericordia de Dios hacia su criatura.

El Señor, conociendo también nuestra debilidad, sabiendo con certeza que muchas veces seremos infieles y que nuestras obras no serán las dignas de un hijo de Dios, nos da a conocer el perdón que Dios, nuestro Padre, está dispuesto a otorgarnos sin limitación alguna. Solo pone una condición. El hecho de que Dios sea tu padre y que también sea mi padre, sin duda pone de manifiesto que tú y yo somos hermanos. Por eso, la condición que Dios pone para otorgarnos su perdón sin limitación alguna, es que, con su ayuda, estemos también nosotros dispuestos a perdonarnos mutuamente.

Después de enseñarnos el padrenuestro, el Señor Jesús pone una parábola para darnos a conocer cómo debemos rezar. Nuestra oración ha de ser confiada e insistente. El personaje que pide los tres panes sabe de antemano que su amigo acabará ayudándole, a pesar de la hora intempestiva y de las circunstancias en las que él le pide ayuda. Ha de ser a la vez insistente. Es necesario poner de manifiesto que aquello que pedimos tiene gran importancia para nuestra vida.

Muchas veces nos da la sensación de que el Señor pone oídos sordos ante nuestra plegaria. Sin embargo eso no es así. Lo que ocurre es que el Señor nos pone a prueba para comprobar hasta qué punto llega nuestro interés, y hasta qué punto necesitamos lo que pedimos. Si el protagonista de la parábola se hubiera dado por vencido ante las primeras negativas de su amigo, nunca hubiera conseguido que le ayudara. Por eso, necesitamos acercarnos al Señor con la confianza de que obtendremos lo que pedimos, y a la vez pedirlo con insistencia.

También puede suceder lo que nos dice san Pablo en su Carta a los Romanos. Nos advierte que si no obtenemos lo que pedimos, es porque no sabemos pedir como conviene. De la misma forma que nosotros, padres, no estamos dispuestos a dar a nuestros hijos nada que sepamos que va a hacerles daño, tampoco Dios nos dará nada que sea contrario a nuestra salvación. Si pedimos algo inconveniente no lo obtendremos, pero nuestra oración no se perderá. Recibiremos del Señor otras gracias que Él sabe no son necesarias.

El Señor pone en nuestras manos un arma poderosa, la oración. Seguramente no acabamos de valorar la fuerza y la importancia que tiene. Baste recordar, como lo demuestran varios pasajes de la Escritura, que es lo único capaz de hacer que el Señor cambie sus planes hacia nosotros. La oración todo puede alcanzarlo, y más, si se hace con confianza y a la vez con insistencia.    


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