DOMINGO IV DE CUARESMA -C-
«PADRE, HE PECADO CONTRA EL CIELO Y CONTRA TI»
CITAS BÍBLICAS: Jos 5, 9a.10-12 * 2Cor 5, 17-21 * Lc 15, 1-3.11-32
Durante todo el presente año estamos celebrando el Jubileo de la Misericordia. El Papa Francisco al proclamar este año jubilar extraordinario, ha querido dejar al descubierto el interior del corazón de Dios. Si la esencia Dios es el amor, como dice san Juan, el corazón de ese amor es la misericordia.
Iniciamos el comentario del evangelio de este domingo con esta introducción, porque la palabra que pone la Iglesia a nuestra consideración, es aquella en la que queda al descubierto de manera eminente, la forma de actuar de nuestro Padre-Dios, ante las infidelidades y desplantes que nosotros cometemos con él, haciendo mal uso del don más preciado que, después de la vida, hemos recibido de sus manos: la libertad.
Vamos a intentar ver cómo actúa Dios cuando nosotros, que somos hijos pródigos, decidimos separarnos de Él. El padre de la parábola, cuando el hijo le ha exigido la parte de la herencia que según él le corresponde, no ha puesto ninguna objeción. Estaba en su derecho decirle que ya se la daría más adelante, sin embargo no lo hace así. Aún a sabiendas de que el hijo no va a saber administrar sus bienes, sino que va a dilapidarlos, le entrega sin más la parte correspondiente.
También a nosotros nos ha entregado el Señor multitud de bienes, y entre ellos, como ya hemos dicho, nos ha dado la libertad. Él sabe de antemano que nosotros, siguiendo nuestras bajas pasiones y la necedad propia de los ignorantes, vamos a utilizar mal estos bienes. Sin embargo no quiere violentar nuestra libertad y quiere al mismo tiempo aprovechar nuestra actuación, para dejar al descubierto sus entrañas de misericordia.
¿Qué hace el Padre del Hijo Pródigo mientras él, lejos de la casa paterna, dilapida todos sus bienes? Espera, más que con paciencia, con impaciencia su regreso. Podemos verle subir cada día a la azotea de la casa para mirar con ansiedad el camino, esperando vislumbrar a lo lejos la figura del hijo que regresa. Y cuando esto sucede, no le espera a la puerta de la casa. Se lanza corriendo por el camino para abrazar y llenar de besos a aquel hijo que tanto le ha hecho sufrir. No atiende a sus excusas y ni pide explicaciones. Es feliz, y lo que verdaderamente le importa es volver a tenerlo en sus brazos.
¿Nos hemos parado a pensar en alguna ocasión que ese hijo pródigo somos tú y yo? ¿Somos conscientes de la misericordia que siente hacia nosotros nuestro Padre-Dios, que espera con ansiedad nuestro regreso, cuando haciendo mal uso de nuestra libertad buscamos la vida en los ídolos que nos ofrece el mundo? Abandonamos la fuente de agua viva, para saciar nuestra sed, como dice el profeta, en cisternas agrietadas que no son capaces de retener el agua.
El Señor, lejos de condenar nuestra actuación, lejos de querer castigarnos, se muestra en todo momento compasivo y misericordioso. Él conoce de qué materia estamos hechos. Sabe que nos hizo de barro, y, como el padre de la parábola, mantiene constantemente su brazos abiertos para estrecharnos contra su corazón, si nosotros, después de experimentar lo mal que se vive fuera de su casa, regresamos a Él pidiéndole perdón.
Finalmente, es importante vivir alerta para no adoptar la postura del hijo mayor. Que no se nos ocurra juzgar sin compasión a los demás. No nos creamos poseedores de la verdad por estar en la Iglesia. Aprendamos a disfrutar de los bienes del Señor. No vivamos encorsetados por la ley como el hijo mayor. La ley no salva de nada, solo sirve para condenar. Lo que verdaderamente salva es la misericordia, el amor y el perdón hacia quien se equivoca y nos ofende. Dios te ama y te perdona sin límites. Haz tú lo mismo con los demás, ayudado por su gracia.
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