DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«HACED LO QUE ÉL DIGA»
CITAS BÍBLICAS: Is 62, 1-5 * 1Cor 12, 4-11 * Jn 2, 1-11
En este segundo domingo de tiempo ordinario, san Juan nos muestra a Jesús que con su madre y sus discípulos, acude a unas bodas que se celebran en Caná de Galilea. Las bodas, en aquel tiempo, eran todo un acontecimiento para los vecinos del pueblo, que acudían en masa. Todos estaban invitados. Durante la fiesta que se prolongaba varios días, se comía en abundancia y se bebía con no menos intensidad.
San Juan nos cuenta que llegado un momento determinado de la celebración, la Virgen observa que se está acabando el vino. El hecho de que no hubiera más vino que ofrecer a los invitados, revestía una gravedad inusitada. Suponía una humillación para los novios y para sus padres, que se prolongaría durante años en la vida de los esposos. Siempre serían recordados como aquellos en cuya boda no hubo suficiente vino.
A la Virgen, que es a la vez mujer y madre, no se le escapa el detalle de lo que está ocurriendo. Como mujer es mucho más observadora que los hombres, y como madre, se pone en el lugar de aquellos recién casados que se encuentran en un gran apuro. Se acerca a Jesús y discretamente le dice: «No les queda vino». La respuesta del Señor es un tanto desconcertante: «Mujer, déjame. Todavía no ha llegado mi hora». La Virgen, sin embargo, no se da por vencida, y dirigiéndose a los sirvientes les dice: «Haced lo que él diga». El resto del pasaje ya lo conocemos.
Este pasaje del evangelio pone de relieve la importancia de la figura de la Virgen en nuestra vida de fe. La Iglesia, ha visto siempre en ella a la medianera de todas las gracias. Ella es el canal que nos une a nosotros, que somos sus hijos, con su Hijo Jesucristo. A través de ella llegan hasta el Señor nuestras oraciones, y a través de ella recibimos nosotros las gracias que el Señor nos otorga. Quizá un día no muy lejano, podamos ver este atributo de la Virgen como doctrina de fe, formando el quinto y último dogma mariano.
De la misma manera que María está atenta a lo que sucede en las Bodas, lo está también de todo aquello que se refiere a nosotros, que somos sus hijos. Alegrías, penas, sufrimientos, desánimos, enfermedades y problemas de todas clases, no pasan desapercibidos para sus ojos de madre. Por eso continuamente vuelve su mirada hacia su Hijo para decirle: «No les queda vino». No les queda alegría. Ayúdales.
Por otra parte, también se dirige a nosotros mostrándonos a Aquel que tiene poder de librarnos de nuestros enemigos, y en particular del maligno, que hace todo lo posible para amargarnos la vida. Nos invita a mirar a su Hijo, que es Señor de todo lo que nos oprime y de todo lo que nos domina, de todo aquello que supera nuestras fuerzas y nos hace infelices. Disgustos familiares, falta de trabajo y de recursos para mantener a la familia. Odios, egoísmo, carácter violento, vicios ocultos que nos humillan… Ella sabe quién pude ayudarnos, quién puede hacer que recuperemos la paz interior. Por eso, como a los sirvientes de las Bodas de Caná, nos dice hoy: «Haced lo que Él diga».
Como ya hemos dicho, María es el camino seguro para llegar al Señor Jesús. Nada que ella pida le será negado. Las entrañas de María que llevaron al Señor son también para nosotros entrañas de madre, porque compartimos con Jesús su maternidad. Tengamos la certeza de que los mismos cuidados que ella prodigó a su Hijo, los tendrá para con nosotros. Por eso, hagamos como dice el evangelio que hizo Juan al pie de la Cruz: «Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa»
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