DOMINGO II DE ADVIENTO -C-
«PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS »
CITAS BÍBLICAS: Ba 5, 1-9 * Flp 1,4-6.8-11 * Lc 3, 1-6
El evangelio de hoy perteneciente al ciclo litúrgico C y está tomado del principio del evangelio de san Lucas, concretamente del capítulo tercero. San Lucas es un hombre culto, es médico, y como él mismo explica al comienzo de su evangelio, pretende exponer de una manera ordenada, después de haber investigado a fondo el tema, todo aquello que se refiere a la figura de Jesús de Nazaret.
Hoy, en primer lugar, lo que hace en el fragmento que nos propone la Iglesia para este domingo, es situar geográfica e históricamente los acontecimientos y personajes que tendrán relación con la figura, la vida y la obra del Señor Jesús. Nos dice que suceden el año quince del reinado del emperador romano Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador romano de Judea y Anás y Caifás sumos sacerdotes en Jerusalén. Pretende de este modo demostrar que todo aquello que en su evangelio va a exponer, ni es una leyenda ni tampoco es fruto de la imaginación de un escritor. Son todo hechos reales que pueden contrastase.
Después de este principio, el evangelista nos presenta a Juan. Él es el Precursor, es aquel de quien el profeta Malaquías dijo: «He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis». Juan es el amigo del novio, es aquel que anuncia su llegada, aquel que quiere que el Mesías encuentre un pueblo bien dispuesto. Por eso Invita a todos los que le escuchan a recibir un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Las gentes llevan muchos siglos esperando este acontecimiento, esperando la manifestación del Mesías que viene a salvarlos, que viene a liberarlos de sus esclavitudes. La misión de Juan ya la había anunciado ochocientos años antes el profeta Isaías que dijo de él: «Una voz clama: En el desierto abrid camino a Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie».
Estas palabras de Isaías resuenan hoy para nosotros. Nosotros somos hoy el pueblo elegido. El pueblo en el que se han de cumplir las promesas. Esta voz es la voz de la Iglesia que clama en medio del desierto de un mundo que ha vuelto la espalda a Dios. Esta palabra se ha de cumplir en cada uno de nosotros. Quizá nuestro interior también es un desierto en el que abundan abrojos y espinos. Rencores, juicios, críticas, egoísmos, por eso la voz de la Iglesia viene a anunciarnos que llega aquel que es capaz de convertir nuestro desierto interior en un vergel.
Es necesario que preparemos el camino al Señor que viene a salvarnos. ¿Qué podemos hacer? Lo dice Isaías: «Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie». Eso es convertirnos, es decir, reconocer que en nuestras vidas hay muchas cosas que necesitan corregirse. Que no todo es trigo limpio. Que los montes de nuestro orgullo y nuestro egoísmo, han de ser rebajados y que para eso es necesario pedir al Señor que nos conceda la humildad. Ser humilde no es ir por calle con el cuello torcido y las manos juntas. La humildad es reconocer que no hacemos las cosas bien, que cada día fallamos muchas veces. Que nos es difícil perdonar a los que nos hacen daño sin razón, etc. Es necesario también que lo escabroso, tu genio, tu carácter violento, se rebaje, se amanse. Es cierto que para nosotros todos estos cambios son imposibles si solo confiamos en nuestro esfuerzo, pero no hemos de preocuparnos. Es suficiente con que nosotros le digamos al Señor que lo deseamos, que deseamos cambiar. Él viene precisamente para aquellos que quieren y no pueden. Viene a salvar todo lo que está perdido.
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