DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
«ESA POBRE VIUDA HA ECHADO EN EL CEPILLO MÁS QUE NADIE»
CITAS BÍBLICAS: 1Re 17, 10-16 * Hb 9, 24-28 * Mc 12,38-44
Una vez más el Señor nos invita a la humildad. Hemos dicho en muchas ocasiones que por tener nuestro corazón vacío del amor de Dios a causa del pecado, buscamos con todas nuestras fuerzas, ser. Necesitamos afianzar nuestra personalidad. Necesitamos convencernos a nosotros mismos de nuestra valía y mostrarla delante de los demás. Eso no ocurriría si nuestro corazón se encontrara repleto del amor de Dios. Entonces nada de este mundo apeteceríamos. Tendríamos en nuestro interior la misma fuente de la felicidad. Para vivir así y no para otra cosa nos ha creado el Señor.
Quizá esto se entienda mejor con un ejemplo. Después de habernos saciado con una comida exquisita, variada y abundante, no nos apetece comer nada más, aunque nos lo ofrezcan. Estamos saciados. Ésta es la situación del cristiano cuando tiene el corazón repleto del amor de Dios. Nada necesita, al contrario, se encuentra siempre dispuesto a echar una mano a aquel que lo necesita.
También los escribas y fariseos a los que hoy critica el Señor Jesús, necesitan a toda costa que los consideren. Por eso, aparentan una santidad que no poseen. Quieren hacerse notar y destacar sobre los demás. De ahí los amplios ropajes que visten, el ansia de ocupar en los banquetes los primeros lugares, etc. Su actitud en la vida es totalmente contraria a la humildad, por eso el Señor no se complace en su forma de vida. El Señor se complace en el humilde, porque al ser consciente de su pequeñez y de su pobreza, acude a Él pidiéndole ayuda.
Esta manera de obrar del soberbio y del humilde, queda patente en la segunda parte del evangelio de hoy. El Señor Jesús se halla sentado enfrente del cepillo del templo. Observa a todos aquellos que van echando limosnas. Los ricos, obrando igual que los escribas y fariseos, echan grandes cantidades de dinero. Lo hacen, diríamos en lenguaje taurino, dejándose ver, para provocar así la admiración de los presentes. Es su forma de buscar el ser, de intentar llenar el corazón con el aprecio de los demás. Otros pasan desapercibidos, porque su aportación a las necesidades del templo es muy exigua.
Entre estos últimos, se encuentra una pobre viuda que acercándose al cepillo, deposita solo dos reales. El Señor, que está observando, llama a sus discípulos y les dice: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Recordamos aquí, una vez más, lo que dice la Escritura: «Dios se complace en el humilde pero mira desde lejos al soberbio». Por eso dirá el Señor en otro lugar del Evangelio refiriéndose a aquellos que se enaltecen obrando el bien para ser vistos por los demás: «Ya han recibido su recompensa».
Este evangelio, por una parte, nos llama a la humildad. La humildad es la verdad. La humildad consiste en reconocer sin temor nuestra pequeñez, nuestras limitaciones. Si lo hacemos así, adoptaremos en nuestra vida la actitud de los niños pequeños: Todo lo esperan de sus padres. Viven confiados porque tienen la certeza de que nada les va a faltar. Tú y yo, también tenemos un Padre que está atento a todas nuestras necesidades. Solo hace falta que nosotros lo creamos y pongamos nuestra confianza en Él.
Por otra parte, el evangelio de hoy nos invita a no juzgar por las apariencias. Somos muy dados a ello. Como creyentes no tenemos ningún derecho a juzgar el comportamiento de los demás, porque nos exponemos a ser injustos. Dejemos el juicio en manos de Dios, que ve nuestro corazón y, como dice el salmo, comprende todas sus acciones.
0 comentarios