DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«VENDE LO QUE TIENES, DÁSELO A LOS POBRES Y LUEGO VEN Y SÍGUEME »
CITAS BÍBLICAS: Gén 2, 18-24 * Heb 2, 9-11 * Mc 10, 2-16
San Marcos nos cuenta hoy que un joven se acerca al Señor y le dice: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». El Señor Jesús en vez de responder a la pregunta dice al joven: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios».
¿Qué pretende el Señor al contestar así? Le está diciendo al joven: Si me llamas bueno y sabes que solo Dios es bueno, es porque reconoces en mí a Dios. O sea, reconoces la veracidad de mis palabras. Sabes que lo que te conteste será la verdad.
Después de una manera un tanto astuta, pregunta al joven, enumerándolos, si cumple los mandamientos de la Ley. Le pregunta si mata, si roba, si comete adulterio, si da falso testimonio, y si honra a su padre y a su madre. Hemos dicho que pregunta con astucia, porque los dos mandamientos más importantes, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, los omite, no los dice.
Hemos escuchado la respuesta del joven: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Dice el evangelista que el Señor al oír la respuesta, se queda mirando con cariño al joven y le dice: «Una cosa te falta: anda vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y así tendrá un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme». El muchacho, frunce el ceño, baja la cabeza y se marcha. Resulta que era muy rico.
Al escuchar esta palabra podemos caer en la tentación de pensar que este evangelio es solo para gente selecta, para aquellas personas, curas, frailes y monjas, que dejando todo siguen a Jesucristo. Debemos desechar esta idea. Entre los que escuchaban al Señor no había ni curas ni monjas, ni nada parecido. La mayoría eran gentes sencillas que iban detrás del Señor atraídas por su predicación, y por lo signos y milagros, que realizaba.
Ésta es una palabra para ti y para mí. Tú y yo somos ese joven. También nosotros queremos alcanzar la salvación. Para ello nos esforzamos y, no robamos, no matamos, apartamos de nosotros la fornicación, honramos a nuestros padres, etc., etc., pero, y esto es lo más importante, ¿amamos a Dios por encima de nuestro dinero, de nuestros bienes materiales, de nuestro intereses particulares...? ¿No es cierto, aunque nos esforcemos en afirmar lo contrario, que estamos pegados a ellos, en particular al dinero y somos incapaces de desprendernos de él? ¿Seríamos capaces de entregar nuestros bienes por amor a Dios y a nuestros hermanos?
No tengamos miedo en reconocer la verdad. Tampoco debemos escandalizarnos al comprobar que nuestro corazón está pegado al dinero. Esto el Señor lo sabe. Por eso nos habla hoy a través del evangelio, y viene en nuestra ayuda para que reconozcamos que Él, no es el primero en nuestra vida. Reconocerlo es el primer paso para poder enmendarlo, para poder corregirlo.
Si pedimos la vida y la felicidad al dinero somos unos idólatras, y no hemos de olvidar que el dinero es un ídolo mudo que por más que se lo pidamos, no puede satisfacer plenamente nuestros deseos de felicidad. La felicidad consiste en tener en el corazón el Amor de Dios, pero ese amor se marcha, abandona el corazón, cuando penetra en él, el ídolo del dinero. Entonces en vez de servir a Dios, amamos al dinero, y ya sabemos lo que el Señor dice en otra parte del evangelio: «No se puede servir a Dios y al dinero». Comprendemos ahora, por qué, para heredar la vida eterna, que es lo que el joven pide al Señor, es indispensable no tener el corazón pegado al dinero.
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