DOMINGO III DE CUARESMA -B-
«NO CONVIRTÁIS EN UN MERCADO LA CASA DE MI PADRE».
CITAS BÍBLICAS: Éx 20, 1-17 * 1Cor 1, 22-25 * Jn 2, 13-25
San Juan nos dice hoy que Jesús con sus discípulos sube hacia Jerusalén. Al llegar al templo encuentran
el atrio repleto de vendedores que ofrecen a los que entran animales destinados al sacrificio. También están los cambistas sentados en sus mesas, ofreciendo cambio de monedas para facilitar la entrega de limosnas destinadas al templo.
El Señor Jesús no puede resistir el espectáculo. Monta en cólera y haciendo con unas cuerdas un látigo, arroja del templo a los vendedores y vuelca las mesas de los cambistas mientras les dice: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
En el templo, que es lugar de oración y recogimiento, los comerciantes están dando culto al dinero. Todos buscan obtener pingües ganancias, porque lo que ciertamente les importa, no son los sacrificios y ofrendas, sino el beneficio que obtienen de las ventas y del cambio de moneda.
Esta palabra, como siempre, viene también hoy en nuestra ayuda. ¿Qué relación, preguntaréis, existe entre este pasaje de los vendedores del templo y nuestra vida cotidiana? Vamos a verlo. Nuestro cuerpo, por el Bautismo, se convierte en templo del Espíritu Santo. San Pablo en su primera carta a los Corintios dice: «¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?». El Espíritu de Dios habita en nosotros siempre que nosotros no lo rechacemos y lo contristemos.
¿Cómo podemos contristar al Espíritu Santo para que abandone nuestro interior? Dando culto en él a otros ídolos. Tú y yo, de palabra, decimos que queremos que el Señor sea lo primero en nuestra vida, sin embargo, ponemos nuestra confianza en el dinero y en los bienes materiales. Buscamos la felicidad en la familia, en el trabajo, en las amistades, en las diversiones, en el sexo. Siempre que está en nuestra mano buscamos complacernos en todo. Resumiendo, no es precisamente a Dios a quien pedimos la felicidad en primer lugar. A Él recurrimos cuando no tenemos más remedio. Cuando nos encontramos impotentes. Él es nuestro último recurso, y a veces, ni eso.
¿Se parece, pues, nuestro interior al atrio del templo del evangelio de hoy? No cabe la menor duda. Lo verdaderamente grave estriba en que si en tu interior das culto a los ídolos del mundo, dinero, afectos, sexo, etc., es imposible que el Espíritu Santo comparta con ellos ese espacio. No podemos dar culto a la vez a Dios y a Belial. «No se puede servir a Dios y al dinero», nos dirá el Señor Jesús.
Vemos cómo este evangelio vine a situarnos en nuestra realidad. Viene a echarnos en cara nuestras infidelidades, pero no para hundirnos en ellas, sino para descubrir que en el templo de nuestro interior damos culto a los ídolos. Éste es un primer paso para cambiar de dirección, para convertirnos, para reconocer delante del Señor que somos pecadores. Él no nos exige ser impecables. Él conoce nuestra condición humana pecadora y sabe que no está en nuestras fuerzas cambiar de vida. Por eso pone delante de nosotros este tiempo de Cuaresma que nos prepara a celebrar la Pascua. En ella podremos con el Señor vencer las inclinaciones que nos llevan a la muerte, y experimentar que podemos alcanzar una vida nueva, una vida de resucitados, unidos al Señor Jesús vencedor de la muerte.
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