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DOMINGO II DE CUARESMA -B-

DOMINGO II DE CUARESMA   -B-

«ÉSTE ES MI HIJO AMADO; ESCUCHADLO».

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 22, 1-2.9-13.15-18 * Rm 8, 31b-34 * Mc 9, 2-10

En El evangelio de hoy nos cuenta san Marcos la transfiguración del Señor. Nos dice que el Señor Jesús se marchó con Pedro, Santiago y Juan a un monte alto en donde delante de ellos se transfiguró. El evangelista dice que los vestidos del Señor se volvieron de un blanco deslumbrador, y que aparecieron Moisés y Elías que se pusieron a conversar con Él.

De pronto una nube los envolvió y desde el interior se oyó una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo». Al punto todo volvió a la normalidad y solo quedó Jesús delante de Pedro, Santiago y Juan.

Con esta manifestación quiso el Señor Jesús fortalecer la fe de sus discípulos, ante los acontecimientos adversos que iban a producirse en breve, ya que caminaban hacia Jerusalén en donde Él iba a consumar su Pascua.

A través de esta palabra el Señor Jesús nos invita a ti y a mí a trascendernos, a mirar más allá de nuestra condición humana. Tenemos el peligro de limitar nuestra existencia a una vida meramente física, a una vida semejante a la de cualquier animal. Nacemos, crecemos, nos relacionamos unos con otros, nos reproducimos y finalmente volvemos a la nada. Esto es lo que aparentemente podemos deducir al observar la vida de cualquier persona.

Sin embargo esto no es así. Somos criaturas destinadas a vivir una vida eterna, feliz y plena, disfrutando de la contemplación de Dios. Debajo de nuestra apariencia física se esconde una criatura llamada por gracia de su Creador, a recibir del Señor la adopción filial. Estamos llamados desde toda la eternidad a ser hijos de Dios. San Juan lo atestigua así en su primera carta cuando afirma: «Queridos, ahora somos hijos de Dios  y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste,  seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es».

Debajo de la apariencia normal del Señor Jesús, quedaba escondida su condición divina, cosa que quiso manifestar por unos momentos a sus discípulos. Esta condición divina quedaba atestiguada de manera fehaciente por las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo». Del mismo modo cada uno de nosotros, los que por el Bautismo hemos recibido el don de ser hijos de Dios, somos así mismo receptores de las palabras de Padre. Hoy, ha sido a ti y a mí a los que nos ha llamado hijos amados.

¿Somos conscientes de lo que esto significa? ¿Podemos llegar a comprender hasta qué punto llega el amor sin límites de Dios hacia su criatura, hacia ti y hacia mí? ¿Qué méritos has hecho para recibir gratuitamente este don? Lo único que podemos presentar ante Dios son nuestras manos llenas de pecados. Pecados concretos: egoísmo, que hace que nos encerremos en nosotros mismos y busquemos complacernos en todo. Idolatría, por la que ponemos al dinero como el dios de nuestra vida. Orgullo, por el que nos creemos superiores a todos, con derecho a juzgar sus acciones, etc. Sin embargo, el Señor no se escandaliza de nuestros pecados. Él, que ha modelado cada uno de nuestros corazones, comprende perfectamente nuestras debilidades y nuestras faltas. Precisamente fueron ellas las que, como cantamos en el Pregón Pascual, nos han merecido tan gran Redentor. Alegrémonos, porque hoy, el Señor, mirando a su Hijo Jesucristo, nos dice a cada uno de nosotros: Tú eres mi hijo amado.

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