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DOMINGO XXXIV - JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

DOMINGO XXXIV - JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

«VENID VOSOTROS BENDITOS DE MI PADRE...»

 

CITAS BÍBLICAS: Ez 34, 11-12.15-17*1Cor 15,20-26a.28*Mt 25, 31-46

Hoy, último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey del Universo. Este título no es algo que le atribuyamos nosotros por devoción, sino que es la propia Escritura la que se lo otorga.

Ya en los salmos se anuncia esta prerrogativa. En el salmo 110 leemos: «Dice el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». En el libro del profeta Daniel vemos cómo se alude a la figura de Cristo cuando se dice: «… A Él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará». Y ya en el Nuevo Testamento vemos cómo san Pablo en su carta a los Colosenses afirma que, «todo fue creado por Él y para Él… Él, es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda criatura». Y también en su primera carta a los Corintios leemos: «Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte».

Visto todo esto, y no podía ser de otro modo, la Iglesia como colofón al año litúrgico nos presenta la figura de Cristo como Rey y Señor de toda la Creación. Nosotros podemos preguntarnos, ¿qué clase de reinado lleva a cabo el Señor Jesús, y cómo nos afecta a cada uno en particular?

El reino del Señor es, sobre todo, un reino de amor. Lo vemos en el evangelio de hoy. Es el evangelio que nos narra el Juicio Final. ¿De qué se nos juzgará el último día? Como dice el canto: Al atardecer de la vida te examinarán del amor… No te preguntarán por tu familia, por tus bienes, por tus títulos, por las obras o negocios que has llevado a cabo. El examen tendrá como único tema el amor. Lo vemos en el evangelio de hoy que tiene un denominador común, que no es otro que el amor. El Señor quiere que en el hambriento, el sediento, el encarcelado, el enfermo, el forastero, etc., le veamos a Él. Él nos visita a menudo a través de estos hermanos que encontramos por la calle y a los que, las más de las veces, no hacemos caso. Él nos dirá entonces: ¿Supiste ver en cada uno de estos hermanos necesitados que era yo el que te visitaba?

No tenemos ninguna excusa. No podemos mirar hacia otro lado. No cabe hacer otras interpretaciones de las palabras del Señor. Como se dice en el lenguaje corriente, el Señor podía haber hablado más alto, pero no más claro. Somos nosotros los que en muchas ocasiones buscamos excusas sin fundamento a nuestra manera de obrar. Seamos, pues consecuentes.

Es cierto que al querer poner en práctica la voluntad del Señor, nos encontramos muchas veces sin fuerza para hacerlo. Estamos inclinados hacia el mal. El pecado nos domina y nos incapacita para obrar el bien. Esto lo sabía muy bien san Pablo cuando en su carta a los Romanos dice: «Mi proceder no lo comprendo. Quiero hacer el bien, pero es el mal el que se me presenta». Sin embargo, no debemos desesperar. Cristo Rey es Señor de toda dominación, principado y potestad. Es Señor de todo lo que nos domina y esclaviza. Es Señor de la muerte, y es precisamente la muerte lo que nos muestra el maligno para hacernos pecar. Él sabe que el hombre, por el miedo que tiene a la muerte vive esclavo del pecado. Esclavo de su egoísmo, de su lujuria, de su orgullo, etc. Por eso, la solución a nuestros miedos y a nuestra debilidad, está en invocar el nombre de Señor. Unidos a Él, podremos amar a nuestros semejantes sin juzgarles ni exigirles nada. Unidos a Él seremos los que ocuparemos un lugar a su derecha, disfrutando de una felicidad que nunca hallará su fin.     

 

 

 

 

 

 

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