«LO QUE ATÉIS EN LA TIERRA QUEDARÁ ATADO EN EL CIELO »
CITAS BÍBLICAS: Ez 33,7-9 * Rm 13, 8-10 * Mt 18, 15-20
El mandamiento principal de la ley es el amor. Amar no supone únicamente querer al hermano aceptando sus deficiencias y pecados. Amar supone también lo que se conoce como la corrección fraterna. Si tu hermano hace las cosas mal, se equivoca, callar no es precisamente una demostración del amor que le profesas.
Con frecuencia tenemos una idea equivocada de lo que es amar al hermano. En unas ocasiones callamos ante lo que hace mal, movidos por una afectividad enfermiza. Tenemos miedo a que por decir la verdad, podamos perder su aprecio. En otras ocasiones pensamos que el amor se debe manifestar aceptando y dando como bueno todo lo que el hermano haga. Nos han hablado del Siervo de Yahvé que carga con los pecados de los demás, sin que de su boca salga ni una sola queja, y nosotros queremos hacer lo mismo, callando incluso ante situaciones injustas que dañan a otros hermanos. El Siervo de Yahvé nunca renunció a decir la verdad.
Amar al hermano implica corregirle con amor en todos sus errores. Es necesario no renunciar nunca a la verdad, pero también es necesario tener en cuenta que con la verdad en la mano, podemos hacer mucho daño al otro. Esto significa no utilizar nunca la verdad como arma arrojadiza, sino que, la corrección, sea una muestra del amor que le profesamos.
Hoy es el Señor Jesús el que en el evangelio puntualiza cómo debemos tratar al hermano cuando peca. El primer paso, corregirle en privado. No ponerlo en evidencia delante de los demás. Tratar el asunto con delicadeza pero con firmeza, haciéndole ver su falta, no para dejarlo en mal lugar, sino tratando de ayudarle a salir de su error. En esa forma de actuar queda claro que el motivo que mueve a la corrección no es otro que el amor que se profesa al hermano. Si se empecina y no quiere salir de su error, es cuando hay que recurrir a otros hermanos e incluso a la comunidad, pudiendo llegar a excluirlo de la misma. Pero insistimos, no para hacerle daño, sino para ayudarle. El Señor añade: «Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo». Demuestra de este modo su presencia constante en la comunidad, identificándose con las decisiones que ésta tome.
Al final del evangelio el Señor Jesús nos invita a la oración comunitaria. Sin duda, la oración personal es importantísima, pero tiene mucha más fuerza y es más eficaz la oración comunitaria: «Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo». ¿Por qué?, preguntamos, «porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», dice el Señor.
Hemos dicho con frecuencia que el Señor resucitado está siempre presente en su Iglesia. Que no nos ha dejado abandonados a nuestra suerte al ascender a los cielos. Hoy, es Él mismo el que nos asegura su presencia real en medio de nosotros, cada vez que dos o más estamos reunidos en su nombre. No se trata de una ilusión, es la certeza que nos proporciona su palabra que es veraz, y que halla siempre cumplimiento.
1 comentario
Cristina encina -
Hoy especialmente me has ayudado con esta palabra.
Saludos desde Santiago de Chile.