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FE, BAUTISMO Y MATRIMONIO

FE, BAUTISMO Y MATRIMONIO

 

FE, BAUTISMO Y MATRIMONIO

 

Estamos en el Año de la Fe. El nivel de fe de los católicos está en franca regresión, por lo que es indispensable encontrar los motivos de este déficit de fe entre los bautizados. Fe y Bautismo están íntimamente relacionados, por lo que nos vamos a detener en este sacramento, que abre a quien lo recibe las puertas de la Iglesia.

Contra lo que generalmente se pudiera pensar, el Bautismo no otorga la fe automáticamente a los que lo reciben. El Bautismo en la Iglesia Primitiva era el sello que garantizaba, que en el catecúmeno que lo recibía se había desarrollado la fe. Para que esto ocurriera, el candidato a ser bautizado tenía que vivir todo un proceso largo de preparación que podía durar varios años. Durante este tiempo se le instruía en las verdades de la fe y se le daba a conocer las Escrituras, mediante una abundante predicación de la Palabra, para que ésta, previamente aceptada, de una manera paulatina hiciera crecer en él la fe y las obras que son propias de la fe.

Estas obras de la fe, que no son otras que el amor a Dios y a los hermanos, y de un modo especial el perdón a los enemigos, eran señal y garantía de que el candidato podía recibir el Bautismo. San Juan Crisóstomo dice al respecto a un catecúmeno que le pedía ser bautizado: «No puedo darte el Bautismo, hasta que no practiques la virtud sin esfuerzo».

A través de la historia, y por motivos en los que no nos vamos a detener, esta preparación previa al Bautismo, o catecumenado, se suprimió casi por completo. Por una parte, se administraba el sacramento a adultos sin una preparación adecuada, quizá por la falta de catequistas, con la esperanza de que esa preparación previa tuviera lugar de una manera progresiva durante la vida. Por otra parte, se administraba el Bautismo a los niños recién nacidos, con la intención de que los padres fueran educándolos en la fe, desde la niñez hasta la edad adulta.

El resultado de esta manera de actuar lo estamos comprobando en la actualidad. Podríamos decir aquello de “De aquellos polvos, estos lodos”. Nos encontramos por una parte con un número enorme de bautizados, en los que el embrión de fe que la Iglesia les entregó en su bautismo, no se ha desarrollado y por lo tanto no ha dado ningún fruto. Por otra parte tenemos a aquellos fieles de buena voluntad, que, con “la fe del carbonero,” que se decía en otro tiempo, siguen acudiendo a las celebraciones de la Iglesia, pero viven su vida de fe a unos niveles muy próximos a la religiosidad natural.

Viendo este panorama que parte de la jerarquía no quiere aceptar, porque todavía viven en un concepto de cristiandad, se hace patente la necesidad imperiosa de una pastoral de catecumenado. Una pastoral que tenga por objetivo la maduración en la fe de aquellos que todavía vienen a la parroquia, antes de que nuestras iglesias se queden vacías por completo.

No hemos de venir a la Iglesia en busca de nuestra salvación personal. Esa salvación ya nos ha sido otorgada por el Señor Jesús en su Cruz y Resurrección. Lo que nos toca a nosotros es aceptarla. Venimos a la Iglesia para encontrarnos con el Señor y recibir fuerzas para llevar adelante la misión que Él ha puesto en nuestras manos.

El Señor, por el Bautismo, nos llama a ser sus colaboradores inmediatos en esta generación. Quiere que seamos su boca, sus manos y sobre todo su corazón. Un corazón capaz de perdonar al que nos hace daño. Un corazón capaz de amar al enemigo. Un corazón misericordioso con aquellos que se equivocan. Pero esta misión es imposible llevarla a cabo sin la fe. Una fe adulta. Una fe que nace del encuentro personal con el Señor. Una fe que crece y se desarrolla cuando nos ponemos a la escucha de la Palabra a través de la predicación de la Iglesia.

Esa fe es la que hace que para la Iglesia no exista el divorcio. El matrimonio cristiano, en contra de lo que la gente cree, no es una cosa de dos. Es una cosa de tres: esposo, esposa y Cristo Resucitado en medio de los dos. Sin la presencia de Cristo el matrimonio está abocado al fracaso. Él hace que el marido pueda amar a su esposa tal y como es. Con sus defectos, con sus manías y obsesiones. Con sus rarezas. Al mismo tiempo, la mujer puede amar a su esposo, a pesar de ser un egoísta que en las relaciones solo se busca a sí mismo. Lo ama en sus limitaciones, en su mal genio y en sus salidas de tono. Amar supone siempre sufrimiento, porque el que ama se niega a sí mismo, se olvida de sus derechos, en favor de la persona amada. El que verdaderamente ama, es el que es capaz de perdonar sin límites. Si en un matrimonio no se da el perdón, el fracaso está asegurado.  Por eso, si el Señor no está en medio del matrimonio, todo esto es imposible.

Y, ¿cómo van a vivir un matrimonio así, un matrimonio cristiano, aquellos que solo están bautizados, pero que no tienen fe? La fe es necesaria para que exista el vínculo. Ya lo hemos dicho antes. Haber recibido el Bautismo es condición indispensable para poder recibir el resto de sacramentos, pero ni el Bautismo obra por arte de magia, ni se debería considerar un matrimonio cristiano, solo por el hecho de que los contrayentes estén bautizados, y hayan elegido, quizá por meros condicionamientos sociales, una ceremonia religiosa para su enlace.  

No nos ha de extrañar que Benedicto XVI, haya decidido declarar el presente año como Año de la Fe, porque está al corriente de todo lo que hemos expuesto en este artículo. El gran problema de los que formamos la Iglesia de hoy, es la falta de fe. Aceptando esta premisa, serán bienvenidas todas aquellas iniciativas pastorales, que promuevan en los fieles el desarrollo de su fe. Pero no nos equivoquemos, no se trata de promover celebraciones especiales ni de organizar campañas, ni de tener un modélico plan pastoral. No olvidemos que desde siempre, el único camino que ha tenido la Iglesia para engendrar hijos en la fe, es el catecumenado. Todo lo demás está bien, pero sin duda, todo encontrará su lugar, cuando haya crecido y se haya fortalecido la fe de los creyentes.    

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