LA ALEGRÍA DEL CRISTIANO
Uno de los signos distintivos del cristiano es la alegría. Así lo manifiesta san Pablo, cuando en el capítulo 4 de la carta a los Filipenses dice: “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.”
Es posible que alguno piense que vivir en la alegría es muy difícil, cuando los acontecimientos de la vida en una sociedad totalmente desquiciada, invitan a todo lo contrario. ¿Cómo puedo ser feliz, nos preguntamos, cuando mi vida está llena de sufrimientos? ¿Es posible ser feliz, estar alegre, sufriendo enfermedades, soportando multitud de injusticias, estando sin trabajo y viendo, además, que los únicos que prosperan, los únicos que medran, son los que oprimen al débil, los que abusan de su situación privilegiada en beneficio propio y los que como sanguijuelas engordan a base de la extorsión y el robo?
Pues sí, se puede estar alegre a pesar de los acontecimientos negativos que cada día nos presente la vida. Se puede estar alegre porque la alegría cristiana, a diferencia de la que nos ofrece el mundo, no viene de fuera sino que nace de lo profundo del ser. La alegría que proporciona el mundo, es, las más de las veces, una alegría ficticia, una alegría hueca, sin consistencia, vacía. La alegría a la que se refiere san Pablo, es una alegría interior que nace cuando cada uno de nosotros está reconciliado con su historia.
Al cristiano, como a toda persona humana, le afectan los acontecimientos adversos que se le presentan en la vida. No ha sido vacunado contra el sufrimiento. Sin embargo, a diferencia de los no creyentes, el sufrimiento no lo destruye, no le hace caer en la desesperación. Él sabe que todo lo que acontece en su vida proviene de Dios, y que por lo tanto, todo está orientado hacia su bien. Es consciente del amor que Dios le profesa. Sabe que un padre no puede desear mal alguno para sus hijos y que por eso, todo aquello que su Padre-Dios permite en su vida, nunca tiene como finalidad hacerle daño, sino que acontece para su bien. El cristiano tiene muy presente la palabra de la Escritura que dice: “Todo sucede para bien de los que Dios ama.”
En el mundo se ignora la trascendencia. Se ha cerrado el cielo a los hombres y por lo tanto, no se pueden asumir las dificultades, los sufrimientos, las contrariedades, que se oponen al proyecto hedonista, que resume la máxima aspiración de la sociedad. Recuerdo que mi primer catequista decía, “La máxima aspiración del hombre es vivir como las vacas en el prado, con fresca hierba, agua abundante, una temperatura agradable y por si fuera poco, un buen rabo para ir espantando a las moscas impertinentes.”A eso aspiramos. A vivir nuestra vida, evitando toda complicación, aparcando toda preocupación y procurando que los demás nos dejen vivir nuestra vida en paz.
La visión que tiene el cristiano de la vida, es totalmente opuesta a la del mundo. El cristiano no ignora, que aunque fue creado para una vida plena y feliz, la entrada del pecado en el mundo trajo consigo la aparición del sufrimiento y de la muerte. Al mismo tiempo cree firmemente que esta situación no es irreversible, sino que el Señor, en su infinita misericordia ha puesto en marcha un plan de salvación, para restaurar el orden primero. Por eso, ante las dificultades y sufrimientos de la vida, no desespera y no pierde la paz interior. Sabe que todos los acontecimientos están ordenados hacia su salvación. Sabe que todo lo que el Señor dispone, lo dispone para su bien. De ahí, que en medio de todas las adversidades, pueda vivir feliz, con paz interior y alegre, porque su alegría hunde las raíces en la esperanza.
Para el cristiano no existe el destino ni la fatalidad ni la suerte. El mundo es el que cree en todo esto y vive esclavo de premoniciones y fantasmas irreales. Para el cristiano existe la voluntad de Dios y su divina providencia, que amorosamente gobierna a sus criaturas, respetando en todo momento su libertad. La alegría es fruto de la sintonía entre nuestra vida, entre nuestra historia, con lo que Dios, Padre amoroso, desea para cada uno de nosotros. Vivir en la voluntad de Dios, es vivir en paz y con alegría. Es abandonarse en el regazo de Dios, como niño pequeño recienmamado en los brazos de su madre.
Esta manera de enfocar la vida, esta forma diferente de vivir, es necesario que quede manifiesta ante los hombres. Así lo desea san Pablo cuando dice: “Que vuestra alegría, vuestra mesura, la conozca todo el mundo.” ¿Por qué? nos preguntaremos. Porque esta alegría, esta paz interior, esta forma diferente de vivir, hace presente la persona de Dios en medio de los que nos rodean. En medio de una sociedad hedonista que ha perdido el verdadero sentido de la vida, la alegría cristiana es un grito de esperanza, de unos hombres y mujeres diferentes, que “brillan como lumbreras en medio del mundo.”
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