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EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

EL SACRAMENTO DE LA  RECONCILIACIÓN

Hablábamos la semana pasada sobre el Bautismo y la filiación divina.

Vamos a detenernos hoy un poco en un sacramento que se relaciona directamente con el bautismo, hasta el punto que en la Iglesia Primitiva, era considerado como un segundo bautismo.

Estamos refiriéndonos al sacramento de la Reconciliación o Penitencia.

Dios-Padre cuando nos creó, nos hizo un regalo de un valor incalculable: la libertad. Él, deseaba que nosotros pudiéramos amarle libremente, sin ninguna coacción. Conocía sin embargo, que nuestra debilidad nos llevaría a alejarnos de él. Por eso a la vez que nos hacía libres, creaba el camino del regreso: la conversión.

Convertirse no es otra cosa que cambiar de dirección. Reconocer que el camino que hemos elegido no es el adecuado, que en vez de llevarnos a la felicidad y a la vida, nos lleva al sufrimiento y a la muerte. Esto es lo que le ocurre al Hijo Pródigo, que da un giro a la vida que ha elegido lejos del padre, y regresa a él pidiéndole perdón.

Dios-Padre en la cruz de Jesucristo ha perdonado todos nuestros pecados. Ha roto la nota de cargo, la factura, que nosotros debíamos satisfacer como consecuencia de nuestros desvaríos, pero ha dispuesto que ese perdón se haga manifiesto a través de un signo, un sacramento, que el Señor dejó en su Iglesia. No podemos decir que Jesús delegara el perdón en su Iglesia, ya que la Iglesia es el mismo cuerpo de Jesucristo. Cuando la Iglesia perdona, es Cristo mismo el que perdona.

Hoy constatamos con tristeza que al sacramento de la reconciliación, no se le da la importancia que realmente tiene. Los fieles participan con mucha frecuencia en la Eucaristía, pero lo hacen de una manera esporádica en la Confesión. Pierden la oportunidad de festejar el hecho de sentirse perdonados por Dios.

Es necesario recuperar en la vida de fe este sacramento, que por otra parte es indispensable para acercarnos adecuadamente a recibir el resto de los sacramentos.

Celebrar la reconciliación, además de hacernos experimentar el amor de Dios y su perdón, nos proporciona la fuerza de Espíritu Santo, para resistir las muchas tentaciones a las que nos vemos expuestos cada día. Además, si nos sentimos perdonados por nuestro Padre-Dios, podremos también perdonar a nuestros semejantes, cuando recibamos de ellos alguna ofensa.

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