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DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO -C-

«TENED CEÑIDA VUESTRA CINTURA Y ENCENDIDAS LAS LÁMPARAS»

 

CITAS BÍBLICAS: Sab 18, 6-9 * Heb 11, 1-2. 8-19 * Lc 12, 32-48 

El Señor Jesús en un evangelio lleno de ternura, nos llama pequeño rebaño, nos hace partícipes del designio de Dios-Padre, que ha tenido a bien darnos el reino. Para que esto se haga realidad y podamos hacer nuestro ese reino, nos revela también los secretos, las claves que harán posible que lo poseamos.

Un impedimento que hace difícil poseer el Reino de Dios es, sin duda, las riquezas. El Señor sabe que tenemos nuestro corazón pegado al dinero, a las cosas materiales, a las que, con frecuencia, aún sin darnos cuenta, les pedimos la felicidad y la vida. Por eso, lo primero que nos dice es: «Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder y tendréis un tesoro inagotable en el cielo donde no hay ladrones que roben ni polilla que corroa». Y añade: «Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». Si nuestro tesoro son las riquezas, en ellas estará nuestro corazón. Si por el contrario nuestro tesoro está en el cielo, allí estará también nuestro corazón.

El mundo en que vivimos no tiene esta clase de sabiduría, esta sabiduría eterna. Para el mundo lo importante es tener muchas riquezas y bienes materiales, con el fin de asegurar la vida. Su consejo es, trabaja, esfuérzate, almacena bienes y haz que los demás te respeten. Esta clase de vida que nos ofrece el mundo es una vida chata, una vida sin perspectiva de eternidad, una vida semejante a la de los animales que sólo lleva a un bienestar pasajero, a asegurarse la comida y a reproducirse, para luego con la muerte volver a la nada.

El Señor nos invita a una vida muy diferente. A vivir en este mundo, sí, pero a tener al mismo tiempo la cabeza en el cielo. Por eso nos dice: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: vosotros estad como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame». Dicho de otra manera, no eches raíces en este mundo donde todo es caduco y vano. Tú estate en vela porque a la hora que menos pienses, llegará el Hijo del Hombre. «Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo».

Conocer esta verdad, esta razón última de nuestra existencia, ha de hacer que nuestro corazón exulte lleno de gratitud, porque, como el Señor Jesús dice al inicio de este evangelio, «vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino».


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