Blogia
Buenasnuevas

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO -C

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO -C

«TOMAD Y COMED PORQUE ESTO ES MI CUERPO»

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 14, 18-20 * 1Cor 11, 23-26 * Lc 9, 11b-17 

San Juan en su evangelio pocas horas antes de la Pasión dice refiriéndose al Señor, «Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo». Esta frase se sitúa inmediatamente antes de que el Señor, en la Última Cena, ocupara con su propio cuerpo el lugar del cordero pascual que presidía la mesa, convirtiéndose de esa manera en el alimento de todos los presentes. Él, como más tarde dirá a sus discípulos, deseaba de este modo permanecer con ellos y con nosotros, hasta la consumación de los siglos.

No contento con alimentarnos con su Palabra, y conociendo de antemano nuestra debilidad y pobreza, transforma su carne para cada uno de nosotros en el alimento espiritual que nos dé fuerza para llevar adelante la misión que, como miembros de su Iglesia, ha dejado en nuestras manos. ¿Cuál es, podemos preguntarnos, esa misión? Nosotros estamos llamados a ser en esta generación otros cristos, de manera que podamos afirmar con san Pablo en su carta a los Gálatas: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí». ¿Cómo puede ser eso posible, te preguntarás, si yo soy un pecador y soy débil y me dejo arrastrar por lo que continuamente me ofrece el mundo? Por eso, precisamente, porque eres débil, necesitas alimentarte de este Pan y de este Vino que fortalecerán tu debilidad.

San Agustín nos explica cómo actúa en nosotros este alimento que nos brinda el Señor. Cuando tú y yo comemos, nuestro aparato digestivo va obteniendo del alimento los nutrientes que necesitan las células de nuestro cuerpo. Así, la carne, el pescado, el pan, etc. van transformándose en nuestros músculos y les permiten crecer. No ocurre así con el Alimento Eucarístico. Cuando comulgamos el Cuerpo y la Sangre del Señor, no se convierten en alimento para nuestros músculos, sino que tú y yo nos vamos transformando poco a poco en otros cristos, de manera que llegue a ser la Sangre de Cristo la que circule por nuestras venas. La consecuencia de esta transformación es que llega un momento en que nuestras obras son las obras de Cristo, y a través de ellas alcanzan la salvación los que viven con nosotros.

Hemos de estar alerta porque participar asiduamente de este Alimento puede hacernos caer en la rutina, no siendo capaces de evaluar la grandeza de este don que el Señor nos da gratuitamente. Somos ciertamente afortunados. Somos la envidia de los propios ángeles. Ellos contemplan de continuo el rostro del Señor, pero no les es dado alimentarse, como nosotros lo hacemos, con su Cuerpo y con su Sangre. Hemos de darnos cuenta de que cada día que asistimos a la Eucaristía, somos testigos de un acontecimiento, un milagro, más grande que la propia creación del mundo.

  ¿Quién eres tú o quién soy yo, para que no solo hayamos sido lavados con la sangre del Señor, sino que lleguemos a alimentarnos con su Cuerpo? Nuestra existencia es un camino hacia la vida eterna, pero el lastre de nuestros pecados hace demasiado pesada la marcha. Con sólo nuestras fuerzas nunca llegaríamos a la meta. Nuestra vida sería por tanto un fracaso. Por eso el Señor viene en nuestra ayuda como lo hizo con los panes que dio al profeta Elías, cuando huía de Ajab. Como a él, también a ti y a mí nos dice: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti».

Bendigamos al Señor. Démosle gracias por el inmenso amor que ha mostrado hacia nosotros en este Sacramento. Participemos asiduamente de este Banquete. Ciertamente, no somos dignos de hacerlo, pero Él, penetrando en nosotros hará digno lo indigno y hará santos a los que somos pecadores.

 

0 comentarios