DOMINGO VII DE PASCUA ASCENSIÓN DEL SEÑOR -C-

«VOSOTROS SOIS TESTIGOS DE ESTO»
CITAS BÍBLICAS: Hch 1, 1-11 * Ef 1, 17-23 * Lc 24, 46-53
Estamos llegando al final del Tiempo Pascual. El pasado jueves se cumplieron cuarenta días de la Resurrección del Señor, y por eso, correspondía celebrar su Ascensión al Cielo. Sin embargo, y dado que actualmente ese día se considera laboral, la Iglesia ha trasladado esta solemnidad al presente Domingo VII de Pascua.
El Señor Jesús completa con este hecho su estancia física entre nosotros. Salió del Padre, llevó a cabo la misión que se le había encomendado y ahora se dispone de nuevo a regresar al Padre. Es bueno que apliquemos a nuestra vida este periplo. Tú y yo también tenemos nuestro origen en el Padre que nos creó. Estamos durante un período más o menos largo en este mundo, y luego, cuando el Señor lo disponga, regresaremos de nuevo al Padre.
El acontecimiento que celebramos es pues el paradigma de la historia que Dios-Padre ha diseñado para nosotros. Es importante no perder esto de vista para eludir un peligro que sin duda nos acecha: establecernos en este mundo considerando nuestra estancia en él como definitiva, olvidando que somos extranjeros y que nuestra verdadera patria es el cielo. Tener esto presente es muy importante, porque llegados a este punto da comienzo nuestra misión como discípulos del Señor. Hoy el Señor Jesús nos lo recuerda cuando nos dice: «Vosotros sois testigos de esto». ¿Testigos de qué? Testigos de su resurrección, testigos del perdón de los pecados que a través de él nos ha otorgado el Padre. Testigos de su amor y misericordia. Testigos de que con su victoria sobre la muerte ha abierto para nosotros las puertas del cielo, de la vida eterna que el Padre nos reserva a cada uno.
De todo esto, preguntarás, ¿cómo puedo ser testigo si soy un pobre pecador, egoísta, incapaz de perder la vida por nadie? La solución radica en que toda esta misión no descansa en nuestro esfuerzo. El Señor Jesús ha subido al cielo, se ha sentado a la derecha del Padre y se le ha otorgado todo poder. Es ese poder el que suple nuestra debilidad. Es su fuerza y no la nuestra la que lleva a cabo la obra. A nosotros nos toca ser dóciles a sus inspiraciones y no oponer resistencia a su acción. Por otra parte, nos ha prometido el envío del Espíritu Santo, que será fuerza en nuestra debilidad y consuelo en nuestros sufrimientos. Su sabiduría nos hará saber discernir lo que conviene y lo que hay que evitar. Será Él, en fin, el que transformará nuestra condición pecadora llevándonos a la santidad.
Si nuestra cabeza ya está en el cielo, tengamos la certeza de que, como sucede en el parto de un niño, nosotros, que somos su cuerpo, seremos arrastrados por Él hacia la vida.
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