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DOMINGO XXXIV B - JESUCRISTO REY -

DOMINGO XXXIV  B - JESUCRISTO  REY -

«EL SEÑOR JESÚS REINA, VESTIDO DE MAJESTAD»

 

CITAS BÍBLICAS: Dn 7, 13-14 * Ap 1, 5-8 * Jn 18, 33b-37

Con la solemnidad de Cristo Rey que celebramos en este domingo, culmina el año litúrgico. El Año litúrgico es el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Durante todo el año vivimos y no sólo recordamos toda la historia de la salvación.

Cristo es el centro del año litúrgico y de toda la vida de la Iglesia. En este domingo, último del año, como culmen de toda la historia de la salvación, la Iglesia pone a nuestra consideración la figura de Cristo Rey del Universo. La realeza de Cristo no es fruto de nuestra devoción. Sabemos con certeza que lo es, porque él mismo lo afirma, lo veremos en el evangelio de hoy, cuando responde a la pregunta de Pilato: «¿Luego tú eres rey?, diciéndole: Si, como dices, soy rey».

Dios-Padre ha constituido al Señor Jesús Rey de universo y, como dice san Pablo en su Carta a los Corintios, «Tiene que reinar hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte». «Entonces llegará el fin, cuando Cristo entregue a Dios-Padre el Reino, después de haber destruido todo principado poder y potestad».

El Señor Jesús, siendo Dios, se humilló hasta el extremo. Tomó condición de esclavo y se sometió a la voluntad del Padre, hasta el punto de entregar su vida en una muerte ignominiosa. Por eso, dice san Pablo en su carta a los Filipenses, «Dios-Padre lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. De manera que, al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra, y toda lengua proclame que Jesús es Señor para gloria de Dios-Padre». La palabra Nombre, es empleada aquí, en la Escritura, con el significado de poder. Quiere decir, por eso, que el Señor Jesús ha recibido del Padre el dominio y el poder sobre todo lo creado.

 ¿Qué consecuencias tiene para nuestra vida este poder otorgado por el Padre al Señor Jesús? Hemos dicho en muchas ocasiones que nosotros estamos, a causa del pecado, incapacitados para obrar el bien, nos encontramos impotentes, queremos, pero no podemos. No podemos porque para nosotros, por ejemplo, es imposible perdonar de corazón, porque perdonar significa renunciar a lo que consideramos nuestros derechos, y eso sobrepasa nuestras fuerzas. También somos impotentes para liberarnos de las esclavitudes que nos oprimen. A unos nos domina el sexo, y aunque muchas veces no queremos, caemos una y otra vez en él. A otros la ambición nos ciega y somos capaces de vender nuestra alma con tal de ser y aparentar, etc. etc.

Pues bien, hay uno que hoy te dice: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados». Venid a mí los impotentes, los esclavos de vuestros vicios, los atribulados. Yo he sido constituido por el Padre, Señor de todo lo que te oprime y te hace infeliz. Nada escapa a mi poder. Conozco todo lo que te hace sufrir. Para mí no hay nada imposible. Invoca mi Nombre, mi poder. Estoy muy cerca de ti. Camino a tu lado. ¡Llámame! ¡Invócame! Y yo te ayudaré, porque lo que más me complace es verte feliz.

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