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DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

«SOMOS UNOS POBRES SIERVOS, HEMOS HECHO LO QUE TENÍAMOS QUE HACER»

 

CITAS BÍBLICAS: Ha 1, 2-3; 2, 2-4 * Tim 1, 6-8.13-14 * Lc 17, 5-10

En el evangelio de este domingo vemos que los Apóstoles se acercan al Señor para pedirle: «Auméntanos la fe». Nosotros, partiendo de esta petición, quisiéramos detenernos para considerar lo que entendemos por fe.

Si preguntamos a la gente es fácil que muchos nos digan que, “la fe es creer lo que no se ve”. Sin embargo, esta clase de fe es una fe que no salva de nada. A mí, creer que la China existe, aunque yo nunca haya estado allí, no me salva de nada. Lo mismo sucede cuando afirmo o niego de una manera intelectual la existencia de Dios. La fe que salva, aquella de la que habla Santiago en su epístola, no es una fe sustentada en ideas. La fe no son ideas. La fe que salva es una fe existencial, una fe que se apoya en la experiencia personal. Yo creo en la existencia de Dios o en la intercesión de los santos, porque en una situación determinada de mi vida, cuando era imposible encontrar una solución humana, de repente, al invocar al Señor o a alguno de los santos de mi devoción, lo que era imposible para mí se convirtió en posible. Esta es una experiencia que difícilmente olvidaré en mi vida y que afianzará cada vez más mi fe.

Para el cristiano la fe nace de un encuentro personal con el Señor Jesús, que no sólo está en el cielo, sino que está vivo y resucitado en su Iglesia. Tener experiencia de que cuando lo invocamos está junto a nosotros y nos ayuda, es lo que hace crecer nuestra fe. Una fe que, como ya hemos dicho antes no es una fe de ideas, sino de experiencias.

Ante esta fe de la que hablamos, no es de extrañar la respuesta del Señor Jesús a sus Apóstoles: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería». Esta es la fe que salva. La fe que mueve montañas. No hemos de olvidar que la fe existencial implica por parte de aquel que la posee, tener la certeza del poder de aquel a quien pedimos. Le pides a Dios, a La Virgen o a los santos, gracias, porque tienes la certeza de que tienen poder para atender a tu petición. En la vida, esta experiencia de fe, es una roca firme sobre la que podemos construir sin temor nuestra vida.

El evangelio termina llamándonos a conversión. Lo hace con el ejemplo del criado, en el que podemos ver reflejada nuestra vida. Como discípulos del Señor hemos recibido dones y gracias muy abundantes, que no han recibido el resto de personas. Se nos han dado para que con ellas hagamos llegar a los que nos rodean la Buena Noticia del Evangelio. Si el Señor nos ha llamado a nosotros, ha sido en función del resto de la gente, somos instrumentos en sus manos. Sin embargo, corremos el peligro de, al ver los frutos que logramos, atribuirnos el éxito. Pensar que todo lo hemos conseguido gracias a nuestro trabajo y nuestro esfuerzo.

Pidamos al Señor que nos conceda la suficiente humildad como para hacer nuestras sus palabras: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer». Contemplar la obra que Él ha realizado a través de nosotros, será nuestra mejor paga. 


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